

Por ese motivo, diseñar un comedor para seiscientos estudiantes en un terreno de apenas quinientos metros cuadrados se trataba de un desafío que excedía la resolución de un problema de capacidad. El reto consistió en reafirmar la vocación y el carácter técnico de la institución, tanto en su formación académica como en su infraestructura.

Para optimizar el espacio dentro de un cuadrado de veinte metros de lado, se optó por un sistema prefabricado mixto que combina madera laminada y uniones metálicas. Este sistema no solo permite salvar grandes luces con poco peso, sino que también responde a la necesidad de una construcción rápida en tiempos limitados. El equipo concibió una gran pieza estructural, conocida como caballete, que alcanza los diez metros de altura. Esta dimensión no sólo responde a la necesidad de albergar a los comensales, sino que además cierra la configuración del recinto adyacente, completando el conjunto. El caballete consta de dos mástiles de madera laminada, dispuestos en forma de Y invertida y rotada en su eje horizontal. Cinco piezas seriadas, separadas por una luz de cuatro metros, se conectan mediante cables de acero dispuestos en forma de X, formando un sistema de arriostramiento que refuerza la estabilidad de la estructura. Su función principal es liberar el salón comedor de columnas. Para ello, un sistema de tensores sostiene la cubierta, y permite que ésta cuelgue sin apoyos intermedios. Al pasar por el caballete, los cables redirigen las cargas hacia una placa metálica que separa la madera del suelo y concentra la transmisión estructural en un solo punto. La cubierta domina el espacio, al comprimir horizontalmente la sala y definir su carácter. Trece vigas de madera de veinticuatro metros, dispuestas en serie, configuran el plano interior del techo. Sobre ellas, veinte tubos metálicos transversales actúan como correas estructurales, mientras que una cubierta metálica tipo sándwich, con lucernarios lineales, completa el sistema y regula la entrada de luz.

Debajo de los caballetes, el pasillo de acceso y distribución conecta con la sala de comensales. En el extremo opuesto, se realiza la preparación y venta de alimentos. Los requerimientos para este espacio, concebido como una cocina industrial, eran opuestos a los del comedor, pues se trataba de un ambiente controlado y aséptico. Se diseñó un prisma rectangular de dieciocho metros, revestido en acero inoxidable, que alberga en su interior dos espacios independientes. Una serie de protuberancias resuelve los requerimientos fijos del uso –almacenamiento, hornos, fregaderos y espacios técnicos–, permitiendo liberar un espacio unitario, definido únicamente por dos islas de servicio: una para equipos fríos y otra para calientes. La superficie reflectante e higiénica del acero inoxidable dialoga con la textura natural y veteada del pino laminado, lo que se traduce en un equilibrio entre funcionalidad y materialidad.


Más que una solución estructural, el proyecto ensaya los límites de la madera como material portante y su comportamiento mecánico. Desde su concepción, la obra asumió una función iconográfica y simbólica dentro del colegio. El exoesqueleto de caballetes proyecta una imagen pregnante: cinco piezas escultóricas dispuestas de forma solemne, que marcan la nueva entrada. En su interior, el plano seriado de madera envuelve el espacio con una sensación de cobijo y calidez propia del material. Más que un bar estudiantil, el comedor actúa como catalizador de los flujos del colegio. Deviene en punto de encuentro durante los recreos, recibe a quienes salen de misa y alberga ceremonias.
