
Un espacio a la vez protegido y onírico, seguro pero abierto al asombro. Un pequeño pueblo, un conjunto abstracto de volúmenes piramidales unidos por patios abiertos. Una escuela bermellón, cálida y acogedora, que se eleva entre los árboles, anidada en el verde.

Su volumetría surge de la memoria del paisaje, y reinterpreta el arquetipo del Casone Veneto: la vivienda vernácula de campesinos y pescadores, conocida por sus característicos techos de paja. Su forma define tres aulas, que se destacan como excepciones volumétricas dentro de una piel continua de terracota, evocando la tradición milenaria de la construcción en arcilla y de los techos inclinados de tejas.


El volumen, aparentemente compacto, oculta un juego de llenos y vacíos. Cada aula se refleja hacia afuera, prolongandose en patios de aprendizaje al aire libre, protegidos y enmarcados por el patio circundante. En el exterior, el edificio se posa sobre una base de hormigón pigmentado que se encuentra delicadamente con el suelo, funcionando a la vez de mobiliario urbano y en un umbral lúdico entre lo didáctico y lo espontáneo.


Como casas alrededor de la plaza de un pueblo, las aulas también se orientan hacia el interior, relacionándose a través de una ágora central, un espacio compartido para el juego y el aprendizaje informal. Aquí la mirada se desliza hacia el jardín, atravesando aulas y patios, trazando relaciones continuas entre los espacios.

Finalmente, se eleva, expandiéndose hacia un lucernario cenital. El sol marca el paso del tiempo como un reloj de sol, rozando el cielo raso de madera texturada; un eco material y silencioso de los techos de paja de los Casoni.


La escuela aparece así como un paisaje construido, una síntesis de memoria e invención, de arquetipos rurales y pedagogía contemporánea. Un pueblo imaginario, arraigado en su lugar y capaz de encender la fantasía de sus habitantes más pequeños.
