El diseño final se reveló como una caja distorsionada de dos plantas de altura, desafiando la fragmentación común en el entorno. Las cinco casas están concebidas para formar una sola unidad, creando un objeto en tensión entre lo colectivo y lo privado. La situación se asemeja a la de una torta de boda, donde cada “rebanada” representa una vivienda individual pero todas se unen para formar un conjunto bastante singular.
Su cohesión se encuentra en una envolvente que abraza lúdicamente los cuatro lados, formada de manera tosca por bandas verticales. Se alternan aberturas (puertas francesas y balcones) con paredes ciegas, adornadas con coronas triangulares y detalles de mármol. Los ritmos opuestos y las excepciones revelan las discordias internas, creando una fachada dinámica y llena de carácter.
La planta baja parece flotar sobre un desnivel mínimo formado por las puertas de los garajes. Allí se encuentran las salas de estar, que se extienden entre las entradas del puente en el lado de la calle y los jardines en la parte trasera.
Los espacios habitables se distribuyen entre muros transversales libres, amplios y unificados. El nivel privado se organiza como la sección de una fruta, con dormitorios ordenados de forma sencilla que ocultan cuartos de baño.
Cada casa cuenta con una columna solitaria, aparentemente colocada al azar, que conecta las dos plantas y se relaciona con una abertura en el techo que brinda luz natural al núcleo. A pesar de su disposición transversal, las casas cuentan con pseudo-centros: elementos verticales en posiciones inestables.