El desafío del proyecto fue lograr el mismo nivel de instalaciones que las escuelas privadas peruanas pero con costos considerablemente menores. Uno de sus principales objetivos fue transformar la escuela en un hito dentro de la zona; una obra de arquitectura sin marca ni apellidos, simplemente arquitectura, diseño, comunidad, naturaleza, entorno y colectividad.
Villacurí es un asentamiento, resultado de una invasión que comenzó hace veinticinco años, formada por inmigrantes de sierra y selva. Es un área de viviendas temporales y sin planificación urbana. Se encuentra en el desierto peruano, a medio camino entre Ica y Paracas.
Para cualquier conductor pasajero, el “Barrio Chino” no existe, es un no-lugar. Parece que solo hay unos pocos comercios informales hechos con esteras, que aprovechan la obligada parada del peaje para vender sus enseres. Pero si el conductor se adentra, descubre una población más grande de lo pensado. Durante el día, la zona parece desierta, ya que los miles de habitantes trabajan de sol a sol en las agroexportadoras colindantes. Pero por la noche, se llena de vida, todos vuelven a sus improvisadas viviendas, comercios y restaurantes.
Una de las dificultades a las que se enfrenta esta población, es la poca atención recibida por los gobiernos. La escuela inicial nunca fue reconstruida tras el terremoto de 2007, por lo que sus alumnos llevaban años en aulas prefabricadas, donde las condiciones de ventilación y salubridad hacían difícil el aprendizaje. Sin embargo, en 2019, la ONG All Hands and Hearts decidió reconstruir la escuela.
La identidad del entorno está formada por muchas culturas diferentes. Así, el tejido urbano es anárquico, creado con diferentes técnicas constructivas que dependen de la procedencia de quien la construye: esteras, caña brava, hormigón, ladrillo, madera.
La parcela está ubicada en el centro de la localidad y sus dimensiones son ajustadas. Se planteó una retícula de espacios con dimensiones proporcionales generando un juego de llenos y vacíos. Los llenos dan cabida a siete aulas y a un edificio de servicios. Los vacíos crean tres espacios complementarios que se intercalan entre los edificios, creando un anfiteatro, espacio de juegos, espacios para clases al aire libre y reuniones comunitarias, y un comedor al aire libre.
La respuesta constructiva nace de la comunidad que entiende su entorno como valioso. El denominador común entre las construcciones existentes es la utilización de materiales sin revestimiento. Esta solución se adoptó como concepto. La sinceridad de los materiales ayuda a que la propia comunidad pueda sentirse identificada con la escuela y dignifica los métodos constructivos locales.
Una de las mayores necesidades de la zona es combatir sus altas temperaturas. Para esto, se reinerpretaron las cubiertas tradicionales iqueñas, formadas por una cámara de aire entre dos techos. Esto, junto con la ventilación cruzada, ayuda a reducir considerablemente las temperaturas interiores.
El perímetro exterior del edificio reinterpreta el perímetro de las edificaciones existentes, las cuales usan esteras como cierres, un material sustentable y tradicional hecho por artesanos. Para proporcionar seguridad al edificio se diseñó un muro perimetral firme, con base de hormigón y estructura superior de madera y caña brava, que sirve de apoyo a las esteras.
Por otro lado, para generar privacidad desde el exterior, y a la vez un acceso fácil para los padres a la hora de recoger a sus hijos, se planteó un sistema de dos puertas.
Por un lado, un gran portón exterior cierra completamente la escuela en horas lectivas, abriéndose en las horas de recogida, haciendo que la acera se amplíe hasta la segunda puerta de la institución. Se crea así una pequeña plaza en donde esperar que los niños salgan de clase.
La segunda puerta, por su lado, puede levantarse hasta media altura, permitiendo la visión a los padres del centro, cerrarse, generando una barrera al paso y abrirse a noventa grados, permitiendo la salida rápida de los niños, descongestionando el espacio.
En el proyecto se pone en valor y se potencia la dureza del entorno con las texturas elegidas y los materiales seleccionados. La escuela es una cuidada continuidad del contexto, representando la esencia de Villacuri.