Tendido sobre el Garona como una plataforma extendida, el puente Simone Veil redefine el vínculo entre las dos orillas de Burdeos. Con sus quinientos cuarenta y nueve metros de largo por cuarenta y cuatro de ancho, el proyecto elude el lenguaje de la proeza estructural. No busca deslumbrar con formas ni expresiones, sino ofrecer un espacio público continuo, pensado para la vida cotidiana de la ciudad.
Durante décadas, los puentes fueron evaluados como piezas técnicas al servicio del tránsito. El Simone Veil invierte esa lógica: no se impone como monumento ni como ícono, sino que recupera el rol del puente como parte activa del tejido urbano. Propone una nueva definición para el siglo XXI: menos hazaña, más ciudad.
Al comienzo del trabajo se rescataron ladrillos y piezas de terracota de una fábrica local en desuso. Muchos de esos materiales eran piezas refractarias de arcilla o cerámicas utilizadas en metalurgia. Estos elementos singulares se incorporaron a la casa como muros exteriores, columnas, revestimientos y pisos.
