
La Escuela de Arquitectura de la Universidad Rice, uno de los departamentos fundacionales de la institución, ocupa un sitio privilegiado en el cuadrángulo histórico del campus. A lo largo de los años sumó ampliaciones –incluida la icónica intervención de James Stirling en los años ochenta– que, junto con Cannady Hall, conforman un patio común que funciona como corazón de la escuela, escenario de encuentros y festejos de graduación. Con una escala íntima –solo ciento veinte estudiantes entre grado y posgrado– la escuela busca ampliar su oferta pedagógica y su visibilidad con un proyecto a la altura de sus aspiraciones.


Así, incorpora dos mil cuarenta y cuatro metros cuadrados destinados a producción, intercambio y exposición para la Escuela de Arquitectura de Rice. En diálogo con el edificio existente, el nuevo pabellón aporta escalas espaciales antes inexistentes y lo equipa para pedagogías en evolución.

Desde el comienzo, el proyecto debió enfrentar una serie de desafíos arquitectónicos. Por un lado, respetar la historia del sitio y, al mismo tiempo, proyectar una imagen contemporánea para la escuela. El campus se caracteriza por edificios alargados de ladrillo con corredores dobles, mientras que la ampliación debía albergar espacios de gran escala ajenos al contexto. Por otra parte, aunque el proyecto pretende establecer una conexión física con el edificio existente, se interponía un árbol majestuoso que preside un gran patio.


El diseño incorpora esas dualidades y propone un edificio singular y contextual a la vez. El punto de partida es un elemento vinculante: extiende la cubierta inclinada del edificio existente mediante un pórtico hasta el nuevo solar. Ese primer trazo se repite y deviene un sistema de barras desfasadas que forman una cubierta en forma de diente de sierra. Así, lo que parecía imponente se reduce en una serie de piezas y genera una secuencia de espacios exteriores que activan el borde entre el interior y el exterior. Además, reafirma la identidad del campus con una tipología vernácula de pórticos y escalinatas que se abren a la vida universitaria. Lo esencial: se conservaron todos los robles centenarios que caracterizan el paisaje del campus.

La fachada de tonalidad terracota presenta cadencias variables y remite tanto a los edificios de ladrillo aledaños como a sus frisos decorativos, aunque responde a una lógica de fabricación propia. Es un material perdurable, sin mantenimiento, que puede devolverse al sitio del que proviene. Sobre todo, al producirse a partir de un proceso similar al del ladrillo, respeta el contexto histórico al tiempo que ofrece una expresión moderna.

En el interior, la organización conjuga dos lógicas superpuestas. La planta alta reúne los espacios de investigación, reunión y pin-up/crit, bañados por una suave luz natural proveniente de lucernarios orientados al norte, con vistas a las copas de los árboles. La planta baja alberga una gran nave de fabricación, abierta a un patio de trabajo y a una galería exterior, mientras que los espacios de doble altura articulan visualmente ambos niveles. Un ámbito expositivo de dos plantas recibe al público hacia el acceso principal del campus, y expande la visibilidad de la escuela ante la comunidad.

Con medidas de sustentabilidad integradas, el proyecto celebra el edificio en tanto infraestructura: la estructura expuesta aporta una estética industrial sobria, racional y espacial, con economía de medios, y funciona como herramienta de aprendizaje. La estructura, libre de recubrimientos superfluos, establece un armazón robusto que fomenta la apropiación y se anticipa a las transformaciones. Los sistemas a la vista, coordinados con gran precisión, facilitan el mantenimiento y adaptación. Por otra parte, la separación de subsistemas garantiza resiliencia a lo largo del tiempo, reduce el desperdicio de materiales al optimizar cada componente según su lógica y pone en primer plano la razón constructiva del conjunto. En un eventual fin de ciclo, la estructura de acero, resuelta con uniones atornilladas, admite el ser desmontada, reciclada y reutilizada.

Por sobre todas las cosas, el edificio celebra a los usuarios. Los espacios mantienen un grado de indeterminación que habilita diferentes apropiaciones y deja abierta la evolución futura de la escuela y su pedagogía. La transparencia visual construye comunidad, fomenta intercambios informales y reconoce que el aprendizaje se extiende más allá del aula.
