
El proyecto, ubicado en una zona rural cercana a Gradačac, en Bosnia y Herzegovina, ofrece alojamiento a mujeres que han sobrevivido a la guerra, la violencia y la injusticia social, proponiendo un modelo de cuidado, apoyo mutuo y participación comunitaria. La iniciativa parte de la convicción de que las personas crecen mejor cuando conviven con autonomía y responsabilidad compartida. En lugar de recurrir a soluciones prescriptivas, la casa busca fomentar una cultura arraigada en su entorno, flexible y capaz de reinventarse día a día.


Su valor reside en un proceso de diseño abierto, colaborativo y orientado a un propósito común. La arquitectura facilita el intercambio, integra saberes artísticos y supera la idea de refinar una estética particular, para promover una estética del descubrimiento. La estructura invita a las residentes a habitar y adaptar el espacio según sus necesidades. Este reconocimiento de las trayectorias individuales, unido al apoyo mutuo, transforma la casa en un verdadero hogar.

La iniciativa nació a partir de la experiencia personal de Hazima Smajlović y dio lugar a una colaboración de siete años entre el estudio TEN, las ONG Engineers Without Borders y Vive Žene, el municipio de Gradačac y un amplio grupo de participantes. Los fondos necesarios se reunieron de manera progresiva gracias a múltiples aportes individuales, administrados con claridad y responsabilidad por un comité encargado de su seguimiento.


El primer paso fue comprender en profundidad los requisitos y los recursos disponibles. Diseñar implica elegir, y estas decisiones se moldearon en función del contexto cambiante. La cooperación con metalúrgicos, carpinteros, pintores de autos, restauradores de alfombras y otros oficios locales resultó fundamental para definir límites y construir una cultura de colaboración. A través de su proceso de construcción, el edificio se ancla al contexto inmediato, pero su impacto se extiende a la comunidad en general: aquí el diseño funciona como herramienta de cambio social.


En diálogo con TEN, el paisajista Daniel Ganz integró cuidadosamente la casa al terreno mediante la plantación de árboles, el acondicionamiento del paisaje y el diseño de un huerto productivo. La artista Shirana Shahbazi trabajó con color y materialidad para transformar la fachada y el interior en una composición visual dinámica, elaborada en parte en un taller local de pintura automotriz convertido temporalmente en estudio. La gran fachada, compuesta por veinte puertas que se abren hacia el camino, vuelve la casa accesible y visible; cuando están completamente abiertas, crean un umbral de veinticinco metros que incorpora el paisaje al interior.


El esquema espacial combina privacidad y vida común. En planta baja se ubican las habitaciones privadas —todas iguales en tamaño y equipadas con kitchenette—, una amplia sala de estar compartida y servicios. Diez puertas dobles orientadas al sur convierten el corredor en una especie de calle interior. Con alrededor de noventa metros cuadrados, el área común ofrece una dimensión difícil de alcanzar individualmente y refuerza la idea de convivencia. Abierta por tres lados y atravesada por una lucerna que separa lo privado de lo colectivo, esta zona funciona como cocina, espacio de bienvenida, área de trabajo y sala de estar, retomando la lógica del tradicional porche orientado al sur.

Sobre este espacio se dispone una sala multifuncional de veintiséis metros de largo, inspirada en los antiguos depósitos pastoriles. Construida como una celosía espacial y revestida con metal y madera, puede funcionar como almacén, área de actividades o alojamiento adicional, y se abre únicamente hacia el norte mediante paneles móviles.


Los materiales y superficies son robustos y hospitalarios, reflejando la resiliencia y el potencial de las mujeres que habitan la casa. La generosidad de los espacios compartidos replantea la noción de confort y propone un modelo alternativo para la vivienda colectiva. La posibilidad de cultivar la parcela agrícola contigua fortalece la autonomía de las residentes, que permanecen el tiempo que desean y cuentan con el acompañamiento de una cuidadora capacitada. Desde allí, la casa se convierte en una comunidad viva, en constante transformación.

La finalización de la obra no marca el cierre del proyecto, sino el comienzo de su convivencia. El equipo continúa involucrado a través de la ONG Naš Izvor, responsable del mantenimiento y de asegurar su adaptación permanente.

