La casa se ubica en una parcela boscosa de treinta acres en Millerton, Nueva York, que cuenta con una elevación superior coronada por una meseta y con un extenso prado ubicado quince pies más abajo. Este prado, rodeado de árboles, ofrece vistas panorámicas hacia el oeste de las montañas Catskill, mientras que la ladera al este está cubierta de flores silvestres y salpicada de formaciones rocosas visibles, que añaden textura y carácter al paisaje. El acceso a la vivienda se realiza mediante un camino sinuoso que asciende por el empinado borde oriental del terreno, culminando en la cima del altiplano. El proyecto también incluye una casa de invitados y una pileta.
Se optó por situar la casa en la base de la ladera, conservando los árboles existentes. De este modo, el edificio queda resguardado de los vientos predominantes y le otorga privacidad desde el nivel de acceso superior, creando así un entorno tranquilo para la vivienda.
Una vez situada la casa, se excavó una sección del terreno adyacente, la cual fue contenida por un muro de hormigón, creando así una plataforma plana entre la vivienda y el altiplano. Este espacio actúa como un patio acogedor al aire libre, proporcionando una experiencia que contrasta con la amplia extensión de la pradera circundante.
Para resaltar los colores y texturas del entorno, la casa y la casa de invitados se diseñaron como estructuras en forma de frontón, en tonos oscuros. Se adoptó un enfoque integral en los materiales exteriores, revistiendo fachadas y techos con la misma chapa ondulada negra, que le aporta a las formas una textura sutil. Los aleros abiertos del tejado exhiben las colas de las vigas pintadas de negro, añadiendo una capa adicional de detalle y ritmo al proyecto. Además, las amplias superficies de vidrio permiten disfrutar de vistas panorámicas del paisaje, enriqueciendo visualmente y otorgando profundidad a la edificación.