


Lo que más llama la atención en estas generalidades –que, como toda generalización, admite excepciones– es cómo la arquitectura suele imponerse sobre el terreno. En lugar de integrarse con las pendientes y ondulaciones del sitio, muchas veces se las resiste o borra, en un intento por allanar lo natural. También es común ver edificaciones que se elevan por encima del entorno, no por necesidad técnica o programática, sino como un gesto de vanidad. El resultado son viviendas que niegan el paisaje, apropiándose de él de manera excluyente y quedando, a menudo, desproporcionadas respecto del terreno que las sustenta.

Otro gesto habitual es el protagonismo conferido al automóvil: fachadas dominadas por cocheras abiertas y un paisaje vehicular desordenado, cada vez más ajeno a la reflexión arquitectónica.


Pero quizá lo más inquietante es la falta de intimidad: la ausencia de espacios pensados para la introspección y el resguardo. Ese fue, precisamente, el punto de partida de la Casa Clausura.

En lugar de imponerse, esta casa elige arraigarse. Se implanta sobre la parte más plana del terreno y permite que una loma –producto del movimiento de suelo al nivelar la calle– configure su fachada. Desde la calle, la construcción parece esconderse. Algunos la llaman “la casa enterrada”, pero no lo es: simplemente respeta el nivel natural del suelo y evita la tentación de multiplicarse en altura para destacarse del entorno. La casa no busca protagonismo: lo cede. Por eso, su cubierta es visible desde la vereda, preservando la visual abierta hacia los árboles y las montañas que enmarcan la urbanización.

Aunque estas vistas son valiosas, el interior no se orienta hacia ellas. Están al oeste, y en Córdoba esa orientación resulta difícil de habitar: el sol encandila y agobia por las tardes. Por eso, la casa se abre hacia el noreste, buscando luz amable, sombra oportuna y mejor calidad ambiental.

Sin embargo, en este tipo de urbanizaciones abrirse lateralmente implica sacrificar privacidad. Esa tensión dio origen a un espacio central: un patio íntimo, contenido, hacia el que se vuelca la vida doméstica. Con su pileta, el patio se convierte en el corazón de la vivienda. A él se expanden los espacios interiores, y en torno a él se organiza todo el programa, como en las antiguas casas de campo. El centro es un vacío.


También la cochera participa de esta lógica. En una decisión poco habitual, se ubica al fondo del lote, en lugar de ocupar el frente. Los ingresos vehiculares rodean la casa por los laterales, acompañando su perímetro. Esta circulación obligó a suavizar las aristas del volumen original, permitiendo el giro de los vehículos y otorgando fluidez a la masa construida. Así se definió el volumen de hormigón armado: sólido, pesado, pero con geometría adaptable, que se ancla con firmeza y naturalidad en el terreno.


Esta reflexión no pretende ser una crítica cerrada a las estrategias de muchas viviendas contemporáneas. Más bien, busca expresar una inquietud: cómo construimos nuestros paisajes y cómo estos terminan modelando nuestras formas de habitar. La Casa Clausura no se erige como modelo, sino que ensaya una posibilidad distinta: una arquitectura que se relaciona con el lugar, que elige retirarse antes que exhibirse y que valora la intimidad por sobre la exposición. Tal vez ahí –en ese gesto silencioso– pueda encontrarse otra forma de pertenecer.