En 2001, el diario The Guardian publicó una encuesta en la que invitaba a los niños a imaginar el colegio de sus sueños. Las respuestas dieron como resultado el llamado “Children’s Manifiesto” y el libro The School I’d Like. Children and Young People’s Reflections on the Education for the 21st Century. De las opiniones de los niños se desprendieron algunas consideraciones fundamentales para la formación en un entorno académico, entre otras: la necesidad de espacios activos, con relación directa con la naturaleza para aprender y convivir con ella, luminosos, despejados, sin muros y con jardines para explorar.
Diez años más tarde, en un ejercicio similar, The Guardian volvió a lanzar la encuesta, para analizar los posibles cambios en los deseos de los estudiantes. Un análisis de los datos recolectados dejó en evidencia que las ideas habían cambiado poco. Surgió, por ejemplo, la necesidad de incorporar plataformas digitales en el proceso educativo, pero lo que se mantuvo consistente fue el deseo unánime de mantener procesos de aprendizaje de “primera mano”, es decir, que no se desenvuelvan exclusivamente dentro de un salón de clases. La incorporación de juegos de mesa, el aprendizaje a partir del entorno natural, y hasta la creación de invernaderos para cultivar verduras y frutas, eran algunos de los nuevos anhelos.
En línea con estas ideas, la oficina Equipo de Arquitectura concibió un edificio educativo sobre un campus preexistente en la ciudad de Asunción (Paraguay), que articulara las cualidades que debería tener “el colegio del futuro”. En este sentido, en vez de crear un monobloque, pesado, agresivo y cerrado, que de cierta manera representa un modelo antiguo de educación, el proyecto se desarrolla a partir de dos barras longitudinales.
Abierta y permeable, la propuesta vincula los elementos que conforman la estructura funcional y espacial existente del colegio.
Los patios y los jardines son los principios rectores de la propuesta, ya que articulan los pabellones del nuevo edificio y refuerzan la conexión visual y espacial entre los interiores. La disposición del edificio permite generar un túnel de viento para el correcto acondicionamiento natural de los espacios intermedios.
Todos los salones de clase poseen continuidad con los patios a ambos lados. Hacia los jardines, la continuidad es total, permitiendo que la luz natural y las sombras de la naturaleza penetren el espacio. Hacia los pasillos, las visuales se interrumpen a través de muros intercalados que, al mismo tiempo, protegen las aulas del ruido, pero permiten que tengan ventilación cruzada y luz natural.
La estructura fue resuelta mediante una grilla ortogonal de vigas y pilares de hormigón armado. Cada bloque contiene cuatro hileras de dos pilares, que se corresponden con los ejes del bloque adjunto, permitiendo un replanteo y un orden preciso. En el último nivel, las vigas son invertidas y se arriostran entre ambos pabellones, estructurando así la rampa que cuelga de estas vigas transversales. Todo el elemento traccionado se ancla, a su vez, con las vigas perimetrales internas de los bloques adyacentes.
Los parasoles mitigan los rigores del clima y dialogan con el entorno inmediato del edificio, tomando como referencia los filtros de ladrillos ubicados a lo largo de la circulación del colegio. Estos elementos esbeltos crean un velo que protege al interior en todas las orientaciones: al este, al oeste y al norte por la inclinación del sol, y al sur por las lluvias. Su estructura de ángulos y caños metálicos se ancla a las vigas perimetrales externas. Los ladrillos, estructurados mediante varillas internas, que sirven de guías, descansan sobre los ángulos, que también transmiten las cargas a la estructura de hormigón armado.
Los materiales empleados caracterizan no solo la imagen del colegio, sino a la arquitectura contemporánea paraguaya. El ladrillo, el hormigón, la madera y el metal son materiales duraderos y accesibles. La lógica estructural y funcional, la claridad material y la calidad espacial se destacan en el nuevo edificio.