Tepoztlán es conocido por su entorno natural, cargado de historia precolombina. El sitio está rodeado de montañas, un río de temporal, grandes pastizales y un vasto cielo. Allí, el Cerro del Tepozteco se oculta bajo el follaje de la vegetación. En todas las direcciones las vistas son amplias; por sobre las copas de los árboles uno puede apreciar cuando las nubes se acercan, dónde llueve y dónde no. Al ponerse el sol, las montañas se encienden de un tono naranja durante breves minutos y, al caer la noche, el cielo se llena de estrellas y el entorno de sonidos de la fauna nocturna.
El cliente del proyecto, un deportista, buscaba construir un lugar enclavado en este contexto, donde pudiera dedicarle tiempo al bienestar corporal y espiritual. Con estas consideraciones en cuenta, la premisa del proyecto consistió en integrar una estructura maciza al paisaje, haciendo desaparecer la arquitectura.
Formalmente se trata de un cono de piedra volcánica, truncado por un platón con vegetación situada encima. El recorrido comienza al ingresar a la montaña por un túnel, luego se circula por los espacios destinados al bienestar (gimnasio, cuarto de masaje, vestidor, duchas y sauna), y se sale al otro lado por una escalinata que permite descubrir la naturaleza.
La planta circular articula espacios radiales en torno a un centro prácticamente vacío, que se ilumina cenitalmente mediante un lucernario redondo, por donde se filtran el sol y el agua. El lucernario constituye el centro del platón vegetado de veinte metros de diámetro; una suerte de impluvium que concentra el agua de lluvia que, al entrar en el espacio, se filtra a las cisternas bajo tierra.
El platón es un jardín que se funde con las copas de los árboles. Al subir por la escalera, el espacio se comprime y luego se abre por completo. El programa es contemplativo: allí se puede disfrutar del amanecer, el atardecer y la noche alrededor de un fuego o dentro de una tina de agua caliente.