Smells Like Teen Spirit

Este ensayo de Ethel Baraona Pohl fue originalmente publicado en la edición 44 de la Harvard Design Magazine, titulada Seventeen.

MAIO, 110 Habitaciones (ilustración), 2016.

Optimistas, rebeldes, contradictorios, espontáneos, impulsivos, superficiales, colaborativos, desprejuiciados, libres, inseguros, creativos, inexpertos, innovadores, y muchas veces imposibles de categorizar. La adolescencia está marcada por la combinación aleatoria –con diferentes grados de intensidad– de estos adjetivos, un período de profunda transformación y autoafirmación vital.

Seventeen, la edición número 44 de Harvard Design Magazine, explora y abre un campo para el diálogo, la especulación y la sorpresa en torno a este nuevo mundo rodeado de imprevistos, conflictos, resistencias y nuevas posibilidades para un futuro que se escribe incierto y se autoafirma a medida que avanza.

Como parte de la edición especial y temática de PLOT 40, publicamos por primera vez en español el ensayo de Ethel Baraona Pohl “Smells Like Teen Spirit”.

No importa la edad, hoy somos todos adolescentes.

Tapa de Seventeen, Harvard Design Magazine. Número 44. Otoño/invierno 2017.

Smells Like Teen Spirit[1]

No hace mucho tiempo, en 1991, Nirvana lanzó el sencillo Smells Like Teen Spirit[Huele a espíritu adolescente], que evocaba los años de la adolescencia como una época de apatía y depresión. La canción ha sido interpretada como un himno de la revolución adolescente, que aborda temas vinculados a la vulnerabilidad y la alienación.

La adolescencia se caracteriza por ser un periodo de confusión, alienación, consciencia sexual, independencia y resistencia. Pero el “espíritu adolescente” abarca también todo el espectro de la alienación, ya que los adolescentes adoptan hormonalmente la amistad y el compañerismo, y persiguen un sentido de pertenencia. En esos años todo parece posible y nada es inimaginable.

En la actualidad vivimos una época de constante agitación política, marcada por los conflictos armados, las crisis económicas y los desastres ambientales. La pobreza sistémica se ha convertido en la nueva normalidad, y la lógica del endeudamiento como mecanismo de explotación y dominación es una constante en nuestra vida diaria. La retórica política promueve cada vez más la segregación a través de la construcción de muros, el cierre de fronteras o la difusión de mensajes que socavan la empatía dentro del cuerpo social. Los principales éxitos del capitalismo corresponden al individualismo y a la mercantilización, que derivan en una financiarización[2]de (casi) todo: bienes, servicios y el conocimiento en sí mismo. Este es el escenario que encontramos en la segunda década del siglo XXI, un mundo en permanente mutación en el que la vida diaria implica navegar entre la incertidumbre y la inestabilidad.

Pero incluso en este contexto de sufrimiento, injusticia e ira, persisten las relaciones humanas positivas; las personas desean aunar fuerzas en un intento por definir nuevas formas de activar el cuerpo social y recuperar la confianza en el “otro” como uno de “nosotros”. Una suerte de espíritu adolescente ha surgido y se ha extendido por todo el mundo. El espíritu que ha tomado la calle y, por extensión, el campo urbano, no es el espíritu adolescente alienado de Nirvana, sino un espíritu basado en la amistad y en el optimismo.

Las conexiones y tensiones entre uno mismo y el otro recuerdan el fragmento de Aristóteles en el breve ensayo de Giorgio Agamben “Amistad” en el cual afirma que, para tener una percepción clara de nuestra propia existencia, necesitamos de la amistad.[3]Al percibir a nuestro amigo, este nos percibe a nosotros, creando una dinámica recíproca de mutua comprensión. Y esto solo puede suceder a través de los actos performativos de amistad, que para Aristóteles, por intermedio de Agamben, son la “base de la convivencia” –a través del diálogo y el intercambio de pensamientos (koinonia). Estas experiencias afectivas compartidas son esenciales en la formación de una comunidad, base de la potencia política de la amistad. Tal como el teórico político Jon Nixon explica, “Abordar las necesidades del otro –en los términos del otro– es abrir la posibilidad del crecimiento y desarrollo humano, lo cual a su vez abre la posibilidad de la mutualidad y la reciprocidad. Esa es la premisa en la que se basan las amistades genuinas y las democracias fuertes”.[4]

La amistad es también el elemento que definió a un grupo reciente de egresados de la facultad de arquitectura de Barcelona, que encontraron un vínculo en sus ideas comunes sobre el pasado, el presente y el futuro de la arquitectura. Maria Charneco, Alfredo Lérida, Guillermo López y Anna Puigjaner disfrutaban tanto de estar juntos, como amigos y compañeros intelectuales –compartiendo su pasión por los proyectos especulativos, las referencias teóricas y las distintas formas de representación– que empezaron a participar juntos en concursos de arquitectura. Tras participar en algunas convocatorias abiertas, en 2011 ganaron un concurso para construir un proyecto llamado Floating, un stand en Construmat, la feria de construcción de Barcelona. Poco después ganaron otro concurso, lo que los impulsó a abrir su propio estudio, MAIO. Esto no fue más que un gesto para darle nombre a algo –una suerte de “amistad laboral”– que había crecido de forma natural a lo largo de los últimos cinco años. Detrás de esta actitud alegre, de mutuo respeto y participación activa en la construcción comunitaria, hay cierto impacto político que puede reconocerse en el rechazo del grupo a sentirse socavado en un momento en que las propias estructuras de la sociedad española estaban siendo erosionadas por un discurso político omnipresente de miedo y fragmentación, que siguió a la crisis financiera e inmobiliaria de 2008.

MAIO, 110 Habitaciones, Barcelona, España, 2016. Fotografía Jose Hevia. Cortesía MAIO.
MAIO, Floating (collage), 2011.

Su trabajo huele de algún modo a espíritu adolescente. Hay un optimismo inherente a sus proyectos, que utilizan para ir más allá de los enfoques ortodoxos de la arquitectura, y cada proyecto propone una aproximación crítica más profunda hacia sus contextos políticos, económicos y académicos. La diversidad de formatos y escalas –desde la creación de espacios públicos, proyectos de viviendas e instalaciones performativas, hasta la gestión de una galería o la edición de una revista– les permite buscar soluciones para una disciplina compleja.

Los cuatro integrantes de MAIO también dan clases o escriben, sentando las bases de enfoques conceptuales sumamente desarrollados para su propio trabajo de diseño, que busca definir nuevas formas de producir arquitectura evitando la división entre teoría y práctica. Por ejemplo, el concepto de una de sus últimas obras, 110 Habitaciones (2016), un edificio de vivienda colectiva en Barcelona, se basa en su continua investigación sobre domesticidades colectivas y sistemas: “el edificio se diseñó como un sistema de 110 habitaciones que pueden utilizarse a voluntad. Cada departamento [puede] ser potencialmente ampliado o reducido, añadiendo o quitando habitaciones, con el propósito de responder a las necesidades futuras de sus habitantes”.[5]

Formalmente, MAIO suele utilizar collages en sus trabajos, remitiendo al uso que Superstudio hacía de esta técnica. Y aunque sus medios de representación van mucho más allá de los dibujos arquitectónicos convencionales o los renderscontemporáneos, no se limitan a reproducir nostálgicamente la estética y los modos de trabajo del pasado. Usando WhatsApp, Instagram o Facebook, la dinámica de trabajo diaria en el estudio se ve acentuada por las tecnologías de la comunicación, que deriva en la posibilidad de trabajar con muchas personas y formar parte de muchos grupos al mismo tiempo. MAIO participó recientemente del proyecto curatorial “Interludios Remotos” (2017), un ensayo visual creado a lo largo de siete jornadas, e inspirado en el formato popular de la fotonovela. El proyecto vincula la Ciudad de México con Madrid a través de conversaciones de WhatsApp entre dos arquitectos, con Puigjaner y López (cada uno viajando en estas respectivas ciudades) que aparecen en el ensayo de MAIO sobre el intercambio entre ciudades.

Para Jacques Derrida, “el amigo es el más cercano y la amistad crece con la presencia, con alocución en el mismo lugar”.[6] Esta dinámica tiene una potencialidad cada vez mayor gracias a nuestro uso incesante de las redes sociales. El “más cercano” puede encontrarse a muchos kilómetros, pero la “presencia” es real a través de la comunicación, la interacción e incluso el trabajo conjunto en tiempo real; por lo tanto, los límites de la noción de amistad son más amplios que nunca. Este ecosistema es un terreno fértil para la explotación de nuestro tiempo y nuestras capacidades, aun si no hay intención de hacerlo, porque las redes sociales operan a través del entusiasmo, el sentido de la colaboración y las respuestas inmediatas. Así, la actitud de estar siempre disponible puede a su vez representar la normalización de ciertas ansiedades, junto con la mercantilización de nuestras relaciones sociales dentro de un sistema económico especializado en normalizar la explotación. Al igual que el resto de su generación, muchos arquitectos jóvenes sienten que necesitan responder, reaccionar y resolver problemas tan pronto como aparece una notificación en sus pantallas. Derrida afirma: “No hay amistad sin confianza… y no hay confianza que no esté a la altura de cierta cronología, del juicio de una duración razonable del tiempo”.[7] ¿Cómo afecta esto a nuestras relaciones personales y profesionales en un momento de aceleración del tiempo? Si, de acuerdo con Derrida, la amistad se basa en la estabilidad, la constancia y la permanencia, es momento de volver a pensar cómo sostener una práctica basada en los valores asociados a la amistad en tiempos de gran velocidad, movilidad, cambio e incertidumbre.

Ana Dana Beroš, Proyecto Intermundia, 2014.

Al igual que MAIO, la arquitecta, curadora, editora, educadora y diseñadora de exposiciones croata Ana Dana Beroš, ejerce una práctica basada en la amistad. Pero en lugar de tener un estudio con sus amigos, trabaja de forma independiente con distintos grupos de amigos y colaboradores, dependiendo del proyecto, el contexto y los intereses compartidos, habitualmente marcados por el deseo de cambiar el status quoestablecido. En este caso, el deseo de Beroš de cuestionar el mundo, un impulso adolescente de hecho, también encarna la noción de espíritu joven, que se asocia con la apertura y el rechazo enérgico de los entornos represivos. Con frecuencia, su trabajo prioriza los entornos creativos que son catalizadores del cambio social.

El trabajo educativo de Beroš se centra en el impacto de la arquitectura en la sociedad, la cultura y la política, como “Out of Focus: Architecture of Giving” (2007-2008), un relevante proyecto basado en una serie de conferencias con visión de futuro impartidas en la facultad de Arquitectura de la Universidad de Zagreb, dirigida por el entonces grupo ARCHIsquad, del cual Beroš formó parte. El programa se centró en la obra de profesionales de la arquitectura de todo el mundo que trabajan con comunidades marginales en contextos no occidentales. Profético en su tiempo previo a la recesión, cuando la industria de la construcción estaba en su apogeo, el programa pretendió dar visibilidad a otras formas de practicar la arquitectura más allá de los límites de un estudio. En un mismo sentido, el programa reciente de Beroš *urgentArchitecture (2011–2016), es un centro nómade de asesoría ciudadana, una escuela abierta para que los individuos aprendan a mejorar sus entornos inmediatos de vida. Opuesto a las inversiones costosas, procuró definir inversiones emocionales y colectivas –desde el dormitorio a los espacios familiares– y se llevó a cabo en barrios periféricos de Zagreb, pero también en toda Croacia, desde la turística Istria hasta las posindustriales Rijeka y Sisak.

La riqueza y el impacto de los dos proyectos reside en su enfoque pedagógico, centrado en la arquitectura como herramienta para potenciar a las comunidades locales a través de la colaboración participativa. También remiten al concepto de “bien común”, tan socavado por los procesos neoliberales, pero que es ahora la razón de ser de muchas alianzas entre arquitectos y amigos, que buscan redefinir la noción de acción y la cuestión del impacto político del trabajo entre uno mismo y el otro. Para invocar otra vez a Derrida, “no hay democracia sin respeto por la singularidad y la alteridad irreductibles; no hay democracia sin la “comunidad de amigos” (koína ta philon), sin el cálculo de mayorías, sin sujetos identificables, pasibles de estabilizar y ser representados, iguales entre sí”.[8] Pero la amistad tiene sus propios límites, y no debemos permitir que el aparato institucional se aproveche de ella, como ya hemos empezado a ver con la mercantilización de la llamada economía colaborativa, en la que algunos están haciendo un gran negocio a partir de nuestro impulso de adoptar la amplitud, la confianza y el intercambio.[9] Esta forma de trabajar es buena siempre y cuando no se transforme en una situación en la que profesionales mal pagos y sobrecargados se encuentran en una lucha constante para sobrevivir económicamente dentro de la dicotomía que enfrenta el valor monetario con la agenda activista de su trabajo. Este es un contrapunto de los escenarios donde tienen lugar las prácticas de profesionales como MAIO y Beroš. Con frecuencia, la obra de profesionales que ostentan esta clase de “actitud adolescente” lleva a sus límites la idealización de conceptos como colaboración, experiencia de aprendizaje y creatividad, generando una creciente propensión a estar siempre disponibles, a estar conectados las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. “Seguramente trabajas gratis para las redes sociales, para ganar amistades, relaciones laborales y, en una medida considerable, para tu propia difusión profesional”, razona la artista y teórica Martha Rosler.[10] “Aprender haciendo” es a menudo la estrategia de estos profesionales; el impulso a colaborar o trabajar con amigos con una agenda política o social los ha llevado a veces a involucrarse en proyectos que consumen mucho tiempo y están mal pagos y, pese a sus intenciones, no tienen impacto real ni estructural en la sociedad. En cualquier caso, en los momentos de cambio y transición, la única forma de comprender plenamente un nuevo contexto de trabajo es desde adentro, aceptando el fracaso como parte del proceso de aprendizaje.

Haus-Rucker-Co. Laurids Ortner, Günther Zamp Kelp y Klaus Pinter con Environment Transformers (Flyhead, Viewatomizer y Drizzler), 1968. Fotografía Gert Winkler. Cortesía Haus-Rucker-Co Archiv Berlin.

¿Dónde hemos visto antes prácticas colaborativas como las de MAIO y Beroš? O, ¿hay algo que podamos aprender del pasado para evitar la financiarización sistemática de esta actitud adolescente?

Si retrocedemos en el tiempo al Londres de 1961, nos encontraremos con el momento en que una revista (al principio poco más que una recopilación de proyectos estudiantiles), empezó a ser distribuida por un grupo de recientes egresados en arquitectura. El título de la revista, Archigram, se convirtió en el nombre del grupo luego de que se publicara el tercer número y su público empezó a crecer. Así fue como Warren Chalk, Peter Cook, Dennis Crompton, David Greene, Ron Herron y Michael Webb fundaron una de las prácticas arquitectónicas vanguardistas más influyentes de los años 60 y 70. Al trabajar juntos utilizando Letraset, máquinas de escribir y abrochadoras, ante todo se propusieron compartir ideas nuevas, discutir temas que les interesaban y divertirse. No se trataba de un negocio, sino de un proyecto personal basado en la amistad, el entusiasmo, la cordialidad y la confianza. Crompton explica que Archigram “tenía una lista de suscriptores, pero basada en la honestidad. Teníamos, no lo sé…, trescientas o cuatrocientas personas en la lista y el trato era: les enviamos una copia de la revista y ellos nos envían el dinero de vuelta”.[11] El grupo pasó a producir una serie de diseños especulativos, arquitectura de papel, publicaciones independientes, eventos y exposiciones.

El espíritu que emergió en Londres al comienzo de 1960 también estaba emergiendo en otras ciudades. Desarrollos tecnológicos como la Carrera espacial bastaron para alimentar la imaginación de los jóvenes estudiantes de arquitectura, que descubrieron un sentido de libertad sin precedentes en la forma en que articulaban el pensamiento arquitectónico. Haus-Rucker-Co y Coop Himmelb(L)au en Austria, Superstudio, Gruppo 9999 y Achizoom en Italia, y Ant Farm en Estados Unidos fueron algunos de los grupos que desarrollaron la vanguardia de lo que la arquitecta y artista Céline Condorelli llamó “estructuras de apoyo”–“las elecciones y alianzas que hacemos todo el tiempo (como qué libros leer y a cuáles referirnos o con quién trabajar e intercambiar ideas) son instrumentales en la formación de la cultura”.[12]Al trabajar juntos en esta diversidad de formatos, estos grupos especulaban audazmente sobre las lógicas de la arquitectura como una forma radical de práctica social, cuestionando qué era o debía ser la arquitectura en una sociedad posindustrial.

Archizoom Associati, Superonda sofa, 1967. Fotografía Dario Bartolini. Cortesía Centro Studi Poltronova

Pocos años antes, se llevaron a cabo varios proyectos arquitectónicos con visión de futuro, como el domo sobre Manhattan (1950) de Buckminster Fuller, la ciudad flotante de Kiyonori Kikutake (1959) y la Arcología de Paolo Soleri (1959). A diferencia de estos proyectos, los que siguieron nacieron tanto del sentido de comunidad como de la alegría de trabajar en conjunto, terreno fértil para el surgimiento de un número creciente de estudios que en los años 60 avanzaron en el trabajo teórico y en la práctica que priorizaba la colaboración, las interacciones sociales, el vitalismo, la sensualidad, la amplitud y la experimentación, junto con el respeto y la amistad. En este punto, la individualidad quedó de lado y algo empezó a oler como espíritu adolescente.

Estos grupos de jóvenes no priorizaban la construcción tradicional; para ellos, la arquitectura lo era todo, y todo era arquitectura. Este fue un periodo culturalmente transformador, y los efectos que tuvo sobre la comunidad arquitectónica fueron moldeados aún más por las preocupaciones ambientales, las películas de ciencia ficción y una mayor comprensión de la cultura visual. El sentido de la resistencia y la idealización del absurdo fueron respuestas comunes a la indeterminación de esta época de cambio social. Esta sensibilidad era una búsqueda generacional de una forma de práctica alternativa que ridiculizaba los lugares comunes y los fracasos de la arquitectura modernista. El surgimiento de prácticas basadas en la experiencia de tener preocupaciones comunes –aunque se sostengan distintos puntos de vista– con respecto a cuestiones sociales, económicas y éticas, ha derivado en una forma de trabajo similar. Aquí, tanto los proyectos como el pensamiento están vinculados, conectados y en conflicto permanente desde el momento en que se intentan definir los límites, las fuentes y los contextos de donde surgen, y prever cómo evolucionarán. Como expresó el Gruppo 9999, “nuestro único proyecto fue el proyecto de nuestras vidas y las relaciones con los demás”.[13]

El momento presente y el momento histórico comparten muchos cuestionamientos. Los desarrollos tecnológicos, las transformaciones sociales y políticas y los cambios en las condiciones de trabajo dieron (y dan) lugar a un distanciamiento de la forma tradicional de ejercer la arquitectura. Sin embargo, hay diferencias entre los contextos políticos y económicos de las décadas de 1960 y 2010. Las prácticas de los años 60 y 70 se construyeron en torno al sentimiento de un potencial revolucionario, con la confianza de que era posible garantizar un futuro mejor; hoy, aun cuando el futuro es el tema de discusión, las prácticas están orientadas hacia un presente mejor, intentando catalizar cambios aquí y ahora. En el pasado, la cuestión del individuo iba acompañada de las luchas por la libertad (de expresión, de pensamiento, de información, etc.), por consiguiente, la pluralidad se veía minada casi por necesidad; hoy en día, la individualización es la expresión máxima del neoliberalismo y ello conduce a la necesidad de recuperar un sentido de comunidad.

Los profesionales destacados en este texto tienen sus conflictos, dudas y ansiedades, pero es importante subrayar la importancia de su espíritu adolescente, y reconocer que es el momento de abrazar lo colectivo y la amistad. En palabras de la editora de arquitectura y escritora Rebekka Kiesewetter, es necesario reconocer “la importancia de actuar y pensar dentro de un paradigma colectivo, hecho de constelaciones que existen y evolucionan sin necesidad de manifestar su existencia a través de la creación de un equipo, grupo o movimiento… la mayoría de estas constelaciones existen sin que los individuos sepan que forman parte de un cuerpo colectivo”.[14]Porque formar parte del cuerpo social no es un fin sino un medio para construir una sociedad mejor, para integrar la dimensión social de la práctica arquitectónica.

Sí, huele a espíritu adolescente. Pero renovado.

[1]Smells Like Teen Spirit [Huele a espíritu adolescente], de Ethel Baraona Pohl, fue publicado originalmente en Seventeen, Harvard Design Magazine. Número 44. Otoño/invierno 2017.

[2]N. del E.: El término describe el proceso económico por medio del cual se facilita el intercambio bienes a través de la intermediación de instrumentos financieros. Por lo tanto, su propósito primero es lograr reducir cualquier producto del trabajo o servicio, tanto tangible como intangible, en un instrumento financiero intercambiable por divisas, y así facilitar que las personas racionalicen sus activos y flujos de ingresos para que sea más sencillo comercializarlos.

[3]Ver Giorgio Agamben, “Friendship,” Contretemps 5(diciembre 2004), http://sydney.edu.au/contretemps/contretemps5.html.

[4]Jon Nixon, Hannah Arendt and the Politics of Friendship(Londres: Bloomsbury Academic, 2015), p. 128.

[5]MAIO, “Rooms: Collective Housing at Provença Street,” e-flux architecture, 6 de julio, 2017, http://www.e-flux.com/announcements/144780/110-rooms-collective-housing-at-provena-street/.

[6]Jacques Derrida, The Politics of Friendship, trans. George Collins (Nueva York: Verso, 2005), p. 240.

[7]Ibid., p. 14.

[8]Ibid., p. 22.

[9]Ver Dean Baker, “Don’t Buy the ‘Sharing Economy’ Hype: Airbnb and Uber Are Facilitating Rip-Offs,” Guardian, May 27, 2014, https://www.theguardian.com/commentisfree/2014/may/27/airbnb-uber-taxes-regulation.

[10]Martha Rosler, “Why Are People Being So Nice?” e-flux journal 77(noviembre 2016), http://www.e-flux.com/journal/77/76185/why-are-people-being-so-nice/.

[11]Kester Rattenbury, “Interview with Dennis Crompton,” Archigramno. 3 (1963), Archigram Archival Project, http://archigram.westminster.ac.uk/magazine.php?id=98&src=mg.

[12]Céline Condorelli, The Company She Keeps(Londres: Book Works, 2014), p. 222.

[13]Gruppo 9999 citado en Marco Ornella, 9999: An Alternative to One-Way Architecture(Génova: plug_in, 2015), p. 5.

[14]Rebekka Kiesewetter, “Under Trees: The ‘Third School’: Changing Our Perception around Education,” Aformal Academy, 17 de febrero, 2016, http://www.aformalacademy.org/wp/2016/02/17/017-rebekka-kiesewetter-under-trees/.

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Ethel Baraona Pohl es crítica, escritora y curadora. Es cofundadora del estudio de investigación independiente y editorial dpr-barcelona, que trabaja en el ámbito de la arquitectura, la teoría política y el campo social. Fue editora de Quaderns d´arquitectura i urbanisme(2011-2016) y ha contribuido con numerosas revistas y libros. Sus trabajos fueron publicados en Volume, MASContextNewCityReader, Uncube, entre otros.

Ha curado el tercer Think Space Programme, bajo la temática “Dinero” y también la exhibición Adhocracy Athens, en conjunto con César Reyes y Pelin Tan, en el Onassis Cultural Centre, por la cual obtuvieron el ADI Culture Award 2016.Durante 2017 fue directora de Foros, ciclo de conferencias de la Barcelona School of Architecture en la Universitat Internacional de Catalunya.

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