Proyector es una plataforma curatorial con base en Ciudad de México, dedicada a promover voces emergentes en investigación contemporánea en arquitectura, comprometida con el fomento de nuevas estrategias y herramientas críticas, teóricas e históricas sobre asuntos espaciales. Durante las tres temporadas del programa anual se invita a investigadores –y grupos de investigación– a trabajar en conjunto con el equipo curatorial de Proyector de manera colaborativa, buscando la proyección de su investigación en múltiples formatos, tales como exhibiciones, publicaciones, talleres, performances, conversatorios y seminarios.
Antes de ser un espacio para la arquitectura, Proyector fue una casa. Una vivienda a 6,4 kilómetros al norte del centro de la Ciudad de México, construida en medio del proyecto de modernización y especulación posrevolucionaria que resultó en las colonias La Industrial, Vallejo, Estrella y Tepeyac, entre otras.
Una residencia de dos pisos, levantada a fines de los treinta o inicios de los cuarenta, en la que vivieron una mujer y su sobrino. También una construcción abandonada durante décadas, intervenida en 2018 y que, como en la milagrosa multiplicación de los panes, al partirse se duplicó. O, dicho de otra forma, de la división de una vivienda resultó otra vivienda –que ahora habita una pareja– y un espacio de exhibición –fundado por esta pareja –.
Tania Tovar y Juan Carlos Espinosa son dos arquitectos de la Universidad Nacional Autónoma de México con estudios de posgrado en Estados Unidos. Ella, en la maestría de prácticas críticas, curatoriales y conceptuales en arquitectura de la Universidad de Columbia. Él, en la maestría de arquitectura y diseño urbano del Instituto Pratt. Una pareja con dos perspectivas hacia la disciplina y la práctica arquitectónica, que se funden en esta plataforma de exploración, investigación y exposición, pero que también encarnan esa mirada personal y afectiva que es inherente a esta iniciativa.
Se trata de un edificio en un barrio residencial, alejado del circuito establecido de espacios artísticos de la ciudad, que promueve “la descentralización de la escena cultural” y “restableciendo viejas relaciones espaciales e históricas con el centro”. Pero, sobre todo, de un espacio cultural que, aunque separado por muros y niveles de altura, es parte de una casa y de una familia.
La práctica que se desarrolla en Proyector está indisolublemente unida a esa dimensión afectiva y de memoria que sus habitantes sostienen cada día: hacia su ciudad, hacia la cultura mexicana, hacia su lazos sociales y hacia las posibilidades de la arquitectura.
Poco nos sorprendería en la arquitectura y el arte hablar de la tipología de casa-taller o casa-atelier –esa construcción que es tanto vivienda y estudio de trabajo–. Más allá de si hemos reflexionado en las implicancias de ese binomio tanto para la vida en una casa o para el ejercicio de un oficio, nos es familiar.
Y en Ciudad de México hay al menos un caso famoso de cada disciplina: la casa-estudio de los artistas Diego Rivera y Frida Kahlo, y la casa-estudio del arquitecto Luis Barragán. La relación personal y afectiva entre esas casas y esos talleres es evidente. Pero, aunque a un taller lleguen clientes y amigos, estamos hablando de dos espacios privados que solo se abrieron como museos una vez que sus ocupantes murieron.
La tipología de casa-galería o casa-espacio-expositivo es mucho menos frecuente, justamente porque implica vincular un espacio íntimo y doméstico con un espacio cuya vocación es completamente pública. El fin de esta reflexión no es detenerse en la novedad pero sí insistir en lo que esa relación genera o potencialmente generará: el inevitable traspaso de la dimensión pública a la casa y de la dimensión personal a la galería.
No es casualidad entonces que, para explicar el proceso curatorial de Proyector, se hable de “un diálogo entre lo que se hace en casa y lo que se desarrolla en otros lugares”. La palabra “casa” no es una mera expresión para hablar de lo local, sino que tiene aquí un valor esencial y personal.
Al final del día, y más allá de las transformaciones a la estructura, la sala principal de exposición fue el estar y comedor que habitó el padre de Tania Tovar cuando vivió con su tía. Y, aunque ella solo tenga recuerdos borrosos de esos recintos que a ratos se iluminan con los recuentos de su padre, en ella y en la galería está también esa memoria. Tania Tovar lo dijo mejor: “La inherencia del tiempo en el espacio trasciende la ‘carne y piedra’ y vive en nuestros sentidos y nuestra memoria”.