El proyecto se ubica en Balvanera, un barrio céntrico de Buenos Aires que presenta un perfil edificado heterogéneo con fuerte presencia comercial y una identidad cultural caracterizada por la diversidad. Este patrón se consolida aún más al entender su vinculación directa con el edificio del Congreso de la Nacional Argentina, con la estación de trenes de Once, con la plaza Miserere o con los diversos hoteles distribuidos por el área. Balvanera podría ser interpretado como un barrio de identidad nacional.
El encargo surge a partir de la necesidad de los clientes de tener oficinas administrativas en un edificio propio que determine su identidad como institución. Estas oficinas debían estar complementadas por departamentos de uso temporal para los socios de las diferentes provincias que viajen a Buenos Aires por tiempo determinado. Una de las premisas iniciales fue incluir una fachada de vidrio que sirviera como imagen hacia la calle, aspecto que el equipo de arquitectos consideró desde el inicio del proyecto.
La idea inicial era combinar el trabajo y la vida doméstica en un solo edificio. Sin embargo, esta opción se descartó al comprobar, en las primeras pruebas, la incompatibilidad de las dinámicas de circulación. Aprovechando la proporción longitudinal del terreno, se decidió entonces dividir los usos en dos edificios independientes: uno administrativo en el frente, expuesto a la calle, y otro doméstico en el fondo, reservado en el centro de la manzana. De esta manera, se logra generar una relación cotidiana entre todas las personas que habitan el edificio, al mismo tiempo que se brinda privacidad en cada una de las partes.
Ambos edificios ajustan su perfil edificable a los límites impuestos por la línea de frente interno, una restricción establecida por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para delimitar un espacio no edificable en el centro de la manzana. En lugar de buscar alternativas para sortear esta limitación, el proyecto se adapta a la silueta resultante. De esta manera, se propusieron dos volúmenes individuales que aprovechan toda la superficie disponible y que se desarrollan con la altura necesaria para cumplir con los requisitos del encargo.
Los bloques se conectan a través de un vacío central que sirve como punto de encuentro. Este espacio está diseñado con formas orgánicas, presenta un jardín de piedras blancas y vegetación en crecimiento, y tiene el objetivo de crear áreas de reunión para las personas que trabajan y viven en el lugar.
En un contexto urbano complejo y heterogéneo, el proyecto surge como una síntesis contrastante. Se caracteriza por sus líneas puras, su composición geométrica y sus elementos blancos, buscando comunicar orden y atemporalidad. La obra se define por su simplicidad.
El edificio administrativo se estructura en cuatro niveles con espacios abiertos que se adaptan a los cambios constantes en las dinámicas laborales actuales. Cada nivel dispone de espacios exteriores, como balcones en los pisos inferiores y una terraza en el piso superior. Por otro lado, el edificio residencial también consta de cuatro niveles, pero en este caso, se compone de dos dúplex apilados. Cada uno de estos departamentos funciona como un núcleo individual pensado con los elementos mínimos necesarios para ser habitado de manera temporal.
En el complejo y cambiante contexto económico argentino, es crucial ser racional y eficiente en la materialización de proyectos arquitectónicos a mediano plazo. Por ello, la construcción de esta obra se planteó de forma sintética y tradicional, utilizando pocos elementos pero optimizándolos al máximo. Se optó por un esqueleto de hormigón armado, muros de mampostería liviana, carpinterías de aluminio anodizado blanco texturado y doble vidriado hermético para mejorar la eficiencia térmica. Esta elección no solo facilita la relación con los proveedores, sino que también asegura eficiencia y durabilidad en el uso de los materiales.