Tras varios años de haber trabajado en un viejo taller de Dornbirn, Bernardo Bader decidió construir una oficina para él y su equipo. El proyecto se implantó en un pequeño terreno abandonado en el centro de la ciudad de Bregenz, cerca de la estación de tren, con una instalación transformadora en desuso.
Surgió así, de modo casi surrealista, una estructura alargada y oscura que descansa sobre la Klostergasse, como si hubiera irrumpido sin querer del reino de la geometría pura a un mundo incompleto.
La estructura consta de cuatro plantas apiladas. Cada uno de los espacios tiene proporciones similares, pero se diferencian por el tamaño de sus ventanas, que varían para aprovechar las vistas y la luz solar según su orientación.
El diseño de cada unidad se enfocó en crear un ambiente habitable y funcional para trabajar. Al mismo tiempo, la flexibilidad en el uso de los espacios permitirá que el edificio mantenga su valor a largo plazo.
Todos los elementos del edificio fueron realizados íntegramente en hormigón. Los espacios de hormigón se completan con madera de abeto teñida de forma natural y mobiliario realizado en acero sin procesar.
El edificio, sugestivo en cada uno de sus detalles y de una radicalidad inspiradora, suscita un atractivo persistente. Refleja la concepción arquitectónica de sus creadores y lo dota de carácter propio.