Tejeda es un pequeño municipio situado en el interior de una caldera volcánica, en la cumbre de la isla de Gran Canaria. Se trata de un lugar verdaderamente especial, con una orografía muy escarpada y un entorno natural hipnotizante. En el escaso tejido construido conviven edificaciones de pequeña escala, entre las que destacan algunas construcciones interesantes de carácter tradicional. Con este escenario de partida surge la posibilidad de proyectar una vivienda unifamiliar en una parcela de características muy singulares.
El terreno, de dimensiones mínimas, está localizado en el centro histórico del pueblo, en situación de esquina entre la carretera comarcal y un pasaje peatonal, adyacente a un espacio libre en sus fachadas oeste y sur. Estas características, junto con su posición elevada en el territorio, fueron las principales premisas para resolver el proyecto.
La intervención apuesta por una inserción pausada de la pieza arquitectónica, que se presenta como un volumen sencillo que asume la formalización arquetípica impuesta, pero que a su vez se refugia en los vacíos de la norma para plantear una arquitectura que no renuncia a los valores intrínsecos del proyecto, sensible a los estímulos del lugar.
La vivienda ocupa la totalidad del terreno y se desarrolla en altura. Consciente de su posición de privilegio, la obra se concibe como una atalaya que se presenta hermética en sus fachadas a la calle y permeable hacia el entorno, sobre el que destacan los dos principales símbolos geológicos de la isla: el Roque Bentayga y el Roque Nublo.
Un conjunto de huecos de igual proporción, pero de distinta escala, se reparte por las fachadas oeste y sur, enmarcando y recortando el paisaje, favoreciendo una relación particular con el exterior de cada espacio.
En el interior los usos se jerarquizan en sección.
La planta semisótano está destinada a las estancias privadas y la intermedia, donde se ubica el acceso principal, a la cocina y el comedor, que se prolongan al exterior por medio de una pequeña terraza.
En la segunda planta, la más dominante sobre las vistas, se ubica la sala de estar. Este último forjado se cuelga de la cubierta, permitiendo la inserción de una fisura longitudinal que conecta visualmente los tres niveles de la vivienda y por la que discurre la escalera, que se manifiesta dura y pesada en su arranque, y liviana y amable en su coronación.
En el plano material, se recurre a un catálogo acotado, en el que las texturas construyen, junto con la luz, un interior sereno pero vibrante. Los pavimentos se ejecutaron con hormigón fratasado, estableciendo una dualidad con el plano de techo, formalizado mediante losas de hormigón visto encofrado con tablones de pino. Este mismo material se empleó para la escalera de bajada a los dormitorios, remarcando la independencia de las áreas privadas.
El uso masivo de la madera de pino para mobiliario y panelados se combina con los elementos en verde como única nota de color, aportando matices más cálidos en la formalización del espacio doméstico, ayudando a construir un ambiente en el que las texturas construyan con la luz un interior sereno pero vibrante, y completando el conjunto de estrategias de esta pequeña vivienda que mira, abiertamente y sin complejos, a la tempestad petrificada que la rodea.