El diseño, la construcción y el uso de este edificio pretenden superar el paradigma de la sostenibilidad para comprometerse con la ecología como un enfoque en el que el impacto medioambiental, las alianzas más que humanas, la movilización material, la gobernanza colectiva y las pedagogías se entrecruzan a través de la arquitectura.
Andrés Jaque / Office for Political Innovation
El diseño del Colegio Reggio parte de la idea de que los entornos arquitectónicos pueden despertar en los niños deseos de explorar e indagar. El edificio, concebido como un ecosistema complejo, hace posible que los alumnos dirijan su propia educación a través de un proceso de experimentación colectiva, siguiendo las ideas pedagógicas que Loris Malaguzzi y los padres de la ciudad italiana Reggio nell’Emilia desarrollaron para potenciar la capacidad de los estudiantes de enfrentarse a diversos desafíos.
Apilados sobre ella, los niveles superiores permiten a los alumnos de las clases intermedias interactuar con los depósitos de agua regenerada y tierra que nutren un jardín interior que llega a los niveles superiores bajo una estructura de invernadero. En torno a este jardín interior se organizan las aulas para los alumnos de mayor edad. Esta distribución de usos implica un proceso de maduración continuo, que se traduce en la capacidad creciente de los alumnos de explorar el ecosistema escolar por sí mismos y con sus compañeros.
La segunda planta, formalizada como un gran vacío abierto a través de arcos, se consolida como la principal plaza social de la escuela. Esta zona central, de cuatrocientos sesenta y cinco metros cuadrados, tiene más de ocho metros de altura y es concebida por los arquitectos como un “ágora cosmopolítica”; un espacio semicerrado atravesado por el aire templado de las encinas del campo vecino.
Una red de ecologistas y edafólogos diseñó pequeños jardines hechos específicamente para albergar y nutrir comunidades de insectos, mariposas, pájaros y murciélagos. Aquí, actividades mundanas como hacer ejercicio coexisten con debates sobre cómo debe gestionarse la escuela en tanto comunidad y cuál es la forma de relacionarse con los arroyos y campos vecinos. En definitiva, la planta funciona como una cámara más que humana donde alumnos y profesores pueden sentir y sintonizar con los ecosistemas de los que forman parte.—