La Casa Los Aromos encaja perfectamente en el zeitgeist actual: es una extraña combinación de globalización y aislamiento. Su geometría, sus colores y su materialidad vinculan la obra con proyectos construidos en ciudades como Bruselas o Tokio, por nombrar solo algunas de las que han marcado tendencia en estos últimos años y que de alguna manera establecen el nuevo canon contemporáneo.
Sin embargo, Casa Los Aromos es también una obra singular que solo puede haber salido de la práctica de un estudio que consiguió fabricar su propio mundo. Quedarse solamente con los atributos que le permiten participar de la cultura arquitectónica global, cuyo único objetivo parece ser la fabricación de imágenes, implicaría perderse de toda su riqueza. Si se atraviesa el umbral del preciosismo objetual, se encuentra un paisaje familiar pero poblado de bichos extraños. Similar a las Islas Galápagos, un mundo recóndito donde todo existe en el mismo lugar.
La vivienda se encuentra a varios kilómetros de la ciudad de Rosario. Al visitar el proyecto, todavía en construcción, estaba presente Michel, maestro mayor de obra, quien había construido la casa casi por sí mismo. Al recorrer la obra en silencio, se podía escuchar a Michel conversando con los arquitectos sobre la resolución de ciertos detalles, usando un plano simple y esquemático. Las herramientas de control habituales en la disciplina para definir el proyecto de antemano estaban ausentes. Existía allí una confianza absoluta en el hacer, y los problemas y la arquitectura iban apareciendo a medida que avanzaba la obra.
Quizás por eso la casa y las cosas conviven sin una relación jerárquica definida. La escalera, el tanque de agua, la piscina, son tan importantes como su columna, la cubierta o el armario. Y todo fue diseñado con libertad; nada de lo que vemos está comprometido con aquello a lo que parece referirse. Así, el tiempo definirá el devenir de uno más de estos bichos raros.