Desde la década de 1930, Nuglar ha sido reconocida por su fábrica de aguardiente y almacén de vinos. La bodega, construida en 1965 y notable por su gran escala, resultaba demasiado grande tras el cierre del negocio, razón por la cual iba a ser demolida. No obstante, se decidió conservar la estructura aprovechando la base de bodega existente.
La nueva edificación se apoya en las columnas preexistentes del sótano, mientras que siete muros de nueve metros de altura y catorce metros de ancho configuran seis unidades residenciales, orientadas hacia el este y el oeste con ventanas que van desde el suelo hasta el techo.
Cada unidad consta inicialmente de una sola habitación con cocina, baño y escalera incluyendo mobiliario empotrado diseñado a medida. Un sistema modular de vigas permite añadir o ampliar dos plantas más, con galerías o habitaciones cerradas, ofreciendo una gran variedad de secuencias espaciales.
La séptima unidad, ubicada en el lado sur, cuenta con una zona común con cocina cubierta para relajarse al aire libre. De esta forma, la intervención recupera la idea del edificio original, con un gran volumen debajo del techo en voladizo, a la vez que integra elementos de un lenguaje arquitectónico rural reinterpretados desde una perspectiva contemporánea.
Los antiguos muros exteriores forman un parapeto en torno de la plataforma, mientras que el mural que da a la calle evoca su historia. La nueva construcción está realizada íntegramente en madera de abeto, y solo la planta baja, que cuenta con una bañera y una mesada de cocina de hormigón, remite a la base pétrea.
El interior emplea principalmente paneles de tres capas, utilizando la madera como un material liviano que facilita diversas configuraciones, y el color ayuda a diferenciar visualmente los cerramientos internos de la estructura del edificio.