Living Closer es una investigación que Je Ahn, fundador de Studio Weave, llevó a cabo junto Olivia Tusinski y Chloe Treger y publicó a mediados de 2018. En el prólogo, Ahn señala que el trabajo surgió “del deseo personal de encontrar una mejor manera de vivir en Londres, quizás por fuera de las opciones estándar del mercado”. Y aunque aclara que la capital inglesa es un lugar maravilloso para vivir, también puede ser un sitio difícil, en el que hay que intentar “lograr un equilibrio saludable entre trabajo y vida privada, con muchas horas de trabajo y largas distancias de viaje, o mantener amistades con quienes viven en la misma ciudad, pero que se sienten lejos. Hay más de 8 millones de nosotros, ancianos y jóvenes, indígenas y nacidos en el extranjero, luchando, haciendo y soñando dentro de los límites de la M25. Pero, de una forma u otra, muchos de nosotros nos sentimos solos. ¿A qué se debe?
Esta búsqueda personal, motivada por una visita a la Comunidad Camphill en Callan, en Irlanda, lo llevó a investigar sobre el co-housing, su pasado, su presente y sus potencialidades futuras, y a entrevistar a más de diez personas que viven en diferentes proyectos de co-housing en el Reino Unido.
Como parte de la edición especial de PLOT 50 publicamos el capítulo dedicado al análisis de casos paradigmáticos de las décadas del 30, 60, 70 y finales de los 90, donde se prueba que el deseo de “vivir juntos” no es nuevo, pero es una zona donde todavía hay mucho por explorar.
Vivir más cerca en el pasado
El deseo de las personas de vivir juntas no es particularmente nuevo. Las comunidades de todo el mundo han vivido juntas desde tiempos inmemoriales. Desde la aspiración de Pitágoras de construir una comunidad estrictamente vegetariana en la Grecia antigua hasta los tiempos medievales en los que, como sugieren las investigaciones, los hogares eran espacios de reunión de pequeños grupos que se desplazaban, en vez de unidades familiares individuales[1], la historia está plagada de ejemplos de asentamientos basados en la colaboración mutua, que ofrecían nuevos modelos de convivencia creados en respuesta al deseo de mayor seguridad y protección, y de mayor liberación espiritual, económica e incluso sexual.
Los modelos han adquirido una variedad de formas, desde monasterios, ashrams, comunas, complejos de supervivencia y kibutz, a cooperativas de vivienda. Los siglos XV al XVII produjeron una multitud de grupos etnoreligiosos que, por los mismos motivos, se vieron obligados a crear pequeñas unidades de vivienda compartida. Tanto los huteritas, menonitas y los amish, que provenían de los países de habla alemana y holandesa de Europa central[2], como los “cavadores”[3][diggers] de Inglaterra, buscaban refugio de las persecuciones religiosas en pequeños asentamientos, y con frecuencia compartían principios como el pacifismo y la propiedad común.[4]
El siglo XIX es considerado “la era dorada de las comunidades”.[5]En América del Norte, por ejemplo, durante este período se generaron más de cien comunidades experimentales –muchas de ellas de corta duración–: desde comunas, proyectos utópicos y colonias espirituales hasta movimientos de “regreso a la tierra” que buscaban huir de la sociedad recientemente industrializada y establecer sus propios modelos basados en nuevos ideales vinculados al consumo, la conexión con la naturaleza, la igualdad de las relaciones sociales y las creencias espirituales.
Un ejemplo (extremo) fue el de Fruitlands, una comuna agraria fundada en la década de 1840 e influenciada por el pensamiento trascendentalista.[6]Al renunciar al mundo “civilizado” y aspirar a la autosuficiencia, la comuna rehuyó a la propiedad privada y al comercio, y finalmente duró menos de un año. Otro ejemplo fue el fallido movimiento cooperativo de trabajo doméstico Melusina Fay Pierce, que convocaba a madres y viudas a compartir tareas. Esto formó parte de la “gran revolución doméstica” descripta por Dolores Hayden; la premisa de que la independencia económica era esencial para la igualdad de género hizo que la reorganización doméstica se convirtiera en un medio para aumentar la capacidad de las mujeres de aceptar empleos rentados fuera de su propio hogar. [7]
No todos los acuerdos cooperativos eran necesariamente extremos, o estaban fundados en visiones radicalmente alternativas de la sociedad. La propiedad compartida fue también un medio de responder a la privación estructural del derecho a voto, tanto en el contexto urbano como el rural. Por ejemplo, el movimiento cooperativo de vivienda de Nueva York de la década de 1920, impulsado por Abraham Kazan, surgió en respuesta al hecho de haberse criado en viviendas comunes y en condiciones atroces. De manera análoga, New Communities Inc. (NCI) –un colectivo agrícola de 2300 hectáreas en Lee County, Georgia– se fundó en 1969 para brindar un refugio seguro a los granjeros negros en un contexto de racismo institucional profundamente arraigado, que se convirtió en el primer Fondo de tierra comunitaria (CLT)[8]conocido del mundo.
El siglo XX, al igual que los anteriores, estuvo jalonado por numerosos ejemplos de asentamientos de orientación comunitaria; fue también el siglo durante el que nació el concepto de “comunidad intencional”, con grupos que se reunieron por razones que excedían las creencias compartidas y el intercambio de recursos prácticos, como el compromiso con la autosuperación, la evolución espiritual o una mayor sustentabilidad.
Degania, por ejemplo, el primer kibutz de Israel, fundado en 1910, fusionó el sionismo con el socialismo, siendo pionero en un modelo de distribución de los ingresos a través de una combinación de agricultura e industria, en un modelo que aún hoy prospera.[9]La comuna de Tamera, que todavía existe, fue fundada por el psicoanalista y sociólogo Dieter Duhm en 1978 en Alemania.[10]La comuna, inspirada en el marxismo y el psicoanálisis, aspiraba a “disolver el trauma de las relaciones humanas para sus residentes”.
Otras se caracterizaban por carecer totalmente de una base ideológica sólida. Muchas de las comunidades “contraculturales” creadas en la década de 1960 y 1970, sobre todo en Norteamérica, se definían en gran medida por la primacía de las libertades individuales por sobre las doctrinas compartidas o los intereses grupales.[11]
Estos ejemplos ilustran algunos factores de alto nivel que impulsaron a las personas a vivir juntas en el pasado: desde la búsqueda utópica de formas alternativas de organización social, o las respuestas pragmáticas ante la escasez, hasta el ethos compartido y las dimensiones espirituales asociadas con las “comunidades intencionales”.
Sin embargo, cada una de ellas estaba estrechamente vinculada con los desarrollos políticos, sociales o tecnológicos de su tiempo. Mientras que las primeras revueltas agrarias y movimientos agrícolas colectivos fueron respuestas directas a los desarrollos legales que permitían cerrar y cercar las tierras comunes, el auge de las cooperativas de vivienda, los Fondos de tierras comunitarias y las comunas a lo largo de Europa y Estados Unidos se produjo en gran medida en paralelo a –y en relación directa con– una creciente conciencia social que buscaba restablecer el equilibrio y las normas sociales.
Vivir más cerca en el Reino Unido
En el Reino Unido existieron diversas formas de vida colectiva que tienen, además, una larga historia.
Junto con los “cavadores” del siglo XVII, el Reino Unido tuvo su propio “Movimiento cooperativo de trabajo doméstico” a mediados del siglo XIX, comparable con la “Gran revolución doméstica” de América del Norte, que abogaba por un sistema de vida en el cual las mujeres pudieran vivir en comunidad, en sus propias habitaciones, pero compartiendo las comidas y los espacios comunes. Otras expresiones de la época tenían una naturaleza más radical. La Comunidad Whiteway, fundada en Stroud, Gloucestershire, en 1898, se basaba en el movimiento “anarco naturista”, que propugnaba el “vegetarianismo, las relaciones abiertas, la autosuficiencia y la vida ecológica junto con un amplio rechazo de la sociedad industrializada y el gobierno”.[12]
En la actualidad, el Reino Unido alberga una de las comunidades intencionales más antiguas del mundo: la eco villa Finhorn de Escocia, una organización no gubernamental fundada en 1962, dedicada al crecimiento y desarrollo personal[13]; Sanford, la cooperativa de vivienda más antigua del Reino Unido, fundada en 1973, en Peckham, Londres; Darvell, el asentamiento Bruderhof más antiguo y poblado de Europa, que se rige por la práctica de la no violencia y la propiedad común[14]; el movimiento Camphill, fundado en 1930 cerca de Aberdeen, Escocia (ahora internacional), que ofrece comunidades residenciales, escuelas y apoyo educativo, laboral y para la vida diaria a adultos y niños con discapacidades de desarrollo.
El auge de la vivienda compartida
En general, se reconoce que la idea de “vivienda compartida” como concepto formal y diferenciado se originó en Dinamarca. Un artículo publicado en 1967 por el periodista Bodil Graae, en el que sostenía que las familias deberían compartir las tareas vinculadas al cuidado de los niños, es ampliamente reconocido por haber animado a cincuenta familias a la organización de Sættedammen, la comunidad contemporánea de vivienda compartida más antigua que se conoce, situada en Hilerød, una ciudad de provincia a treinta kilómetros de Copenhague.[15]
Este modelo de vida comunitaria semiurbana –al margen de un contexto urbano que se expandía rápidamente con una oferta limitada de viviendas– era novedoso en el sentido de que respondía de manera consciente a las crecientes demandas de igualdad de género, y se centraba explícitamente la oferta de cuidado infantil a través de la puesta en común de (múltiples) recursos del hogar.
Las motivaciones para unirse a Sættedammen eran muchas, aunque uno de sus cofundadores las dividió en tres categorías principales: “los que solo querían compartir un lavarropas; los que solo querían experimentar el amor libre (sexo) con todos; los que querían criar a su familia en una comunidad familiar”[16]… y estos últimos constituían la mayoría.
Desde allí, el concepto de vivienda compartida fue exportado a Estados Unidos por los arquitectos estadounidenses Kathryn McCamant y Charles Durrett, aunque con énfasis más práctico que radical, y el primer proyecto de vivienda compartida se inauguró en Davis, California, hace veinticinco años[17]. El ejemplo danés también allanó el camino para la concreción de acuerdos similares en ciudades suecas, holandesas, alemanas y otras urbes europeas en las que los residentes se veían afectados por la escasez de vivienda, la falta de vivienda asequible, la dificultad de acceso a la tierra o, simplemente, la falta de opciones entre la vivienda social y la vivienda comercial privada.
En Alemania, el baugruppe–o “grupo de construcción” en español– es “(…) un modelo típico de vivienda comunitaria que consiste en un grupo de personas que forman una cooperativa para diseñar, financiar y construir un edificio o una serie de edificios de varios pisos”.[18]El modelo es popular en todo el país, en proyectos conocidos como Vauban, la eco-aldea de Friburgo, y sobre todo en Berlín, una ciudad que históricamente tuvo altos niveles de inquilinos, y donde en los últimos cuarenta años se desarrollaron alrededor de 1000 edificios y grupos de vivienda compartida, incluyendo el premiado proyecto Spreefeld.
El primer proyecto de vivienda compartida de los Países Bajos se construyó a mediados de la década de 1970, y actualmente existen más de cien proyectos de esta naturaleza en todo el país. En ciudades holandesas como Ámsterdam, la propiedad pública de la tierra y un mayor porcentaje de viviendas sociales crearon condiciones más fértiles para proyectos de vivienda experimentales o alternativos, como Vrijburcht, y el sector público asumió un papel solidario en el abastecimiento de tierras o fondos. Los proyectos tienden a adoptar la forma de comunidades similares a aldeas, comparables a las de los ejemplos daneses, en lugar de edificios verticales, como suele ocurrir en Alemania y Suecia.[19]
En las ciudades españolas, donde la vivienda social es casi inexistente, los grupos comunitarios han recurrido a los acuerdos cooperativos para construir viviendas, transformando la propiedad compartida de las unidades en propiedad privada una vez que han sido terminadas. En Barcelona, los grupos comunitarios están asociándose con el gobierno de la ciudad (ofreciendo alquileres de tierras a largo plazo) para experimentar con nuevos modelos de vivienda compartida como La Borda, en el que la cooperativa se reserva el derecho de comprar la unidad si un inquilino desea irse, y lo compensa de forma conveniente.
En general, la vivienda compartida representa una pequeña minoría dentro del desarrollo de viviendas de estos países. Mientras que Alemania es el claro líder en este ámbito, con unos 300 proyectos de vivienda compartida solo en Berlín[20], y aproximadamente el 1% de la población danesa vive en programas de vivienda compartida[21], solo existen 125 proyectos terminados en Estados Unidos, y 100 proyectos en los Países Bajos.
[1] Ver el trabajo de Gilchrist, Roberta, profesora de arqueología, Universidad de Reading.
[2] Diversas ramas de los anabaptistas, un movimiento cristiano cuyos orígenes se remontan a la Reforma Radica en Europa.
[3] Una rama de protestantes “radicales” que pugnaban por la igualdad económoca a través de una suerte de socialismo agrario.
[4] La propiedad común se define como la posesión de los activos de una organización, empresa o comunidad de manera indivisible y no a nombre de miembros individuales o grupos de miembros, como propiedad común.
[5] Clay, Alexa. “Utopia Inc. Most utopian communities are, like most start-ups, short-lived. What makes the difference between failure and success?” Aeon (28 de febrero de 2017) https://aeon.co/essays/like-start-ups-most-intentional-communities-fail-why
[6] Movimiento filosófico basado en la creencia fundamental de que la sociedad y las instituciones habían corrompido la pureza del individuo. Ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Transcendentalism
[7] Pearson, Lynn y White, Patricia. “Architectural and Social History of Cooperative Living” Palgrave Macmillan, 1988.
[8] Ver NewCommunities Inc. http://www.newcommunitiesinc.com/
[9] Hay 270 kibbutz, que albergan al 2% de la población de Israel. Jones, R. “The Kibbutz Movement Adapts to a Capitalist Israel” The Wall Street Journal (13 de octubre de 2017).
[10] Posteriormente fue refundada en Portugal, en 1995.
[11] Scanzoni, John. “Designing Families” Sage Publishing, 1999.
[12] Buck, Stephanie. “This 19th century British commune couldn’t be bothered with revolution” Medium (16 de junio de 2017).
[13] Findhorn incluye un centro de artes, tienda, taller de cerámica, panadería, editorial e imprenta y otras organizaciones benéficas.
[14] Movimiento cristiano surgido en Alemania, considerado anabaptista por sus creencias y prácticas.
[15] Leitart, Mathieu. “Cohousing’s relevance to degrowth theories” Journal of Cleaner Production, junio de 2010.
[16] Cohabitas (25 de julio de 2017) https://cohabitas.com/news/view/128
[17] Sargisson, Lucy. “Utopian Bodies and the Politics of Transgression” Londres: Routledge, 2004.
[18] Pebord, Ines. “Co-Housing in Europe #3 : The case of Berlin” New Europe: Cities in Transition (2 de septiembre de 2016).
[19] Ibid.
[20] Scanlon, Kath y Mullins, David. “Co-housing in Berlin: What’s different?” Serie de seminarios sobre Vivienda colaborativa y Resiliencia comunitaria (23 de marzo de 2015) https://collaborativehousing.net/2015/04/28/cohousing-in-berlin-whats-different
[21] http://www.cohousing.org/node/1537
Vivir más cerca en el pasado, de Je Ahn, fue publicado originalmente en PLOT 50.