No cabe duda de que vivimos tiempos extremadamente inciertos.
A medida que avanza el 2021 vamos asumiendo que inevitablemente nos adentramos en un nuevo escenario que, en muchos aspectos, aún no se ha definido con precisión y que posiblemente marque el inicio de una nueva era.
Además de una lista cada vez mayor de conflictos sociales y ambientales, que desde hace tiempo reclaman nuestra atención y demandan soluciones urgentes, en los últimos meses hemos sido testigos de cómo todos los aspectos de nuestras vidas se han visto profundamente afectados y potencialmente transformados por la pandemia de la COVID-19.
Una de las primeras reacciones ha sido escudriñar y volver a cuestionar, desde diferentes ámbitos y también desde un punto de vista ético, el modelo neoliberal que desde el siglo pasado gobierna nuestras sociedades, poniendo en cuarentena muchas de las consecuencias derivadas de una globalización hasta ahora en inexorable ascenso.
En un intento por ponerse al día, nuestra disciplina reaccionó cuestionándose a sí misma (de nuevo) a través de multitud de artículos, ensayos, posts, publicaciones, programas académicos, entrevistas en ZOOM e IG-TV, seminarios en línea, talleres virtuales, etc., centrados en vislumbrar cómo los arquitectos deberíamos responder ante, y encajar en, la era post-vacuna, aunque solo fuera para proponer viejas respuestas innovadoras (siempre relevantes) a nuevas preguntas recurrentes (siempre necesarias).
Sin embargo, si en medio de esta efervescencia propositiva reducimos el alcance de nuestras predicciones y analizamos las nuevas rutinas que ahora nos afectan a todos, observamos cómo el confinamiento global ha convertido nuestros receptáculos domésticos en el único entorno físico verdaderamente disponible, acelerando un modo ya predominante de experimentar el mundo desde dentro –un encierro deliberado, pero cuestionable, instigado por el avance imparable de las tecnologías de la comunicación(1)–, e introduciendo nuevas perspectivas desde las que observar y diseccionar las interacciones familiares y personales.
Ahora, un año después, a medida que personas de todo el mundo comienzan a salir del aislamiento –o vuelven a entrar en él aquellos que se enfrentan a una nueva ola– se ha ido generando en nuestras sociedades una conciencia colectiva y preocupación compartida sobre cómo volveremos a conectar entre nosotros durante y después de este paréntesis de distanciamiento social.
Asumiendo que la pregunta no puede responderse solo a través de la arquitectura, y con muchos abogando por la solidaridad social como un medio para entrar en la nueva normalidad, esta propuesta, a medio camino entre ensayo y provocación visual, analiza el potencial de las relaciones que se generan a partir de la alteración del espacio físico preexistente y las interacciones humanas resultantes, profundizando en aquellas que inevitablemente ocurren con los más cercanos, nuestros vecinos, y dentro del hábitat urbano más extendido, el bloque residencial, con el fin de imaginar escenarios alternativos para nuestra convivencia.
Al hacerlo, reposicionamos el espacio doméstico y las estructuras comunales en el centro del debate social a través de la Arquitectura, aprovechando el poder creciente y transformador de las acciones colectivas no reguladas y las iniciativas ciudadanas para subvertir las lógicas inmobiliarias vigentes, basadas exclusivamente en la obtención de beneficios.
Además, y dado que el 75% de la vivienda del mañana ya está construida hoy, esta propuesta también pone de relieve la necesidad de adecuar nuestros modelos actuales a los nuevos retos sociales, reflexionando sobre el papel (político) de los arquitectos en la promoción e integración de cuestiones relacionadas con la libre determinación y coproducción del espacio en los procesos de diseño, más allá de una idea romántica de participación(2).
En consecuencia, y con el fin de enfatizar las implicaciones teóricas y posibilidades proyectuales de trabajar sobre lo existente, surge esta simulación espacial como una herramienta útil para cuestionar nuestra relación cambiante con los entornos físicos que estructuran nuestra convivencia. Abogar por pequeñas insurrecciones cotidianas dentro de nuestros ámbitos privados se convierte en parte clave de un proceso que podría ayudarnos a pasar de preguntarnos qué puede hacer la Arquitectura por nosotros a reflexionar sobre lo que nosotros podemos hacer con las arquitecturas que nos han sido dadas.
En general tendemos a asociar lo doméstico con un cierto inmovilismo, con un arraigado sentido de propiedad, con la acumulación burguesa, la banalidad y los valores familiares conservadores, y lo hacemos porque el panorama doméstico actual en nuestras ciudades es el resultado de un largo y complejo proceso destinado a regular nuestra vida en común siguiendo preceptos ampliamente asumidos vinculados al auge del capitalismo.
Históricamente, en Occidente, el vínculo entre la vivienda y sus habitantes se vio reforzado por el concepto (básico) de propiedad privada(3), y una noción de núcleo familiar cuidadosamente elaborada que tanto el Estado como el Capital ayudaron a convertir en un sujeto dócil y productivo(4). Con la llegada de la industrialización, y con el objetivo de gestionar una población en crecimiento constante, la creación de condiciones espaciales típicas se volvió crucial, pero más allá de ofrecer refugio y celebrar la mezcla social, durante los últimos dos siglos estos inevitables procesos normativos se han centrado en hacer de la casa un espacio libre de fricciones(5). Mientras la casa medieval era un conglomerado de habitaciones sin una fuerte identidad funcional, y las villas renacentistas italianas se organizaban utilizando habitaciones interconectadas como escenario espacial para una sociedad eminentemente gregaria, pasional y eventualmente carnal, la casa moderna ha evolucionado hacia una composición de espacios específicos dispuestos a lo largo de un corredor con el objetivo de reducir las comunicaciones “accidentales y malignas, que distraen y corrompen”(6). La confianza en la densidad urbana ilimitada hace el resto, y las agregaciones de viviendas resultantes se construyen en torno a nuestro deseo irrevocable de privacidad, sin tener en cuenta los beneficios de la vida comunitaria.
Pero, ¿qué pasaría si nos proporcionaran un nuevo tipo de herramientas de carácter “retroactivo”, con las que recalibrar y desbloquear nuestra vida doméstica e interacciones comunitarias y explorar el potencial hackeable de los bloques de viviendas actuales?
Rebeliones Cotidianas se articula en torno de una posible respuesta a esta pregunta, y explora las consecuencias de revertir la tendencia actual utilizando sus resultados prototípicos –sistemas preestablecidos que niegan constantemente la creciente relevancia del papel activo del usuario– como un enorme campo de pruebas. En una idealizada construcción teórica, los habitantes serían capaces de coproducir nuevos interiores entrelazados, ahora entendidos como continuos informales, y actualizar entornos residenciales, finalmente percibidos como una secuencia de grupos de convivencia, una constelación de nuevas intimidades.
En la creencia de que cuanto más simples son los medios, más efectiva es la estrategia, un conjunto básico de dispositivos ordinarios –puertas, trampillas y escaleras– estaría disponible para que los residentes pudieran decidir sobre los límites de su privacidad y explorar nuevos modos de compartir.
Más allá de las características técnicas requeridas desde un punto de vista práctico, estos dispositivos no solo incorporarían un potencial intrínseco de cambio aún por descubrir, sino que sus acciones asociadas de bajo impacto adoptarían la reversibilidad y la temporalidad como una parte instrumental del discurso.
Mediante un catálogo relativamente limitado de componentes constructivos, el proyecto opera así “en contra desde dentro” de manera retroactiva: transformando tipologías obsoletas, estrechamente vinculadas al desarrollo de la vivienda moderna, en marcos potenciales a la espera de ser alterados para convertirse en escenarios reales de esas prácticas colectivas que definen la textura, la substancia y la importancia de lo cotidiano(7).
El proyecto deviene así en investigación para finalmente constituir un simulacro gráfico de modos subversivos de convivencia activados a través de la implementación de formas blandas de activismo. Como un nuevo tipo de acción colectiva, serán los propios residentes los que, mediante algo tan básico como la apertura – consensuada – de pasos puntuales entre las distintas unidades, harán saltar por los aires un modo arcaico de entender las estructuras que soportan nuestra vida en común. Un nuevo Pruitt-Igoe, pero esta vez sin voladuras controladas… y sin Charles Jenks(8).
Utilizando estrategias replicables y rizomáticas, la propuesta sienta las bases para la implantación de una nueva domesticidad descentralizada capaz de acomodar tipologías emergentes ligadas a nuevos modelos post-familiares y diversas formas de organización colectiva, un posible camino hacia la formación de lo que Barthes describiría como comunidades idiorrítmicas(9). Su modo de expansión molecular permitiría a los participantes reaccionar ante circunstancias cambiantes, alterando esas finas superficies que nos mantienen unidos (paredes, suelos, techos) pero que al mismo tiempo nos separan, cuestionando así ideas preconcebidas sobre propiedad y privacidad.
Con el tiempo, estas acciones colectivas podrían generar de forma natural composiciones flexibles de habitaciones interconectadas que ya no serían “espacios domésticos” predeterminados impuestos por un mercado regularizado, sino células y agrupaciones habitables, genéricas, listas para un nuevo compromiso social.
Diferentes resultados mostrarán, en términos espaciales, por un lado, el potencial de la fricción como catalizador de nuevas dinámicas de vida comunitaria dentro y fuera de la familia nuclear, y por otro, el nuevo rol de los residentes, que dejan de ser meros cautivos de conceptos ideados por “otros” para convertirse en co-creadores y re-constructores activos de sus propias comunidades(10).
En definitiva, esta propuesta enfatiza la heterogeneidad de los hogares actuales y explota la multiplicidad de significados domésticos para convertirse en una invitación a reflexionar, a través del diseño, sobre cómo podríamos imaginar y habitar nuestros espacios domésticos de otra manera, sobre cómo reconectaremos más allá de los efectos de esta crisis global, cuando deberán surgir y ejercitarse nuevas formas de solidaridad y cuidado. Solo entonces será posible superar las limitaciones sociales reales y visualizar otras formas de coexistencia urbana.
(1) Lydia Kallipoliti, “Zoom In, Zoom Out.” At The Border, e-flux Architecture, ver link.
(2) Markus Miessen, “The Nightmare of Participation (Crossbench Praxis as a Mode of Criticality).” (Berlín: Sternberg Press, 2011).
(3) Michael McKeon, “The Secret History of Domesticity: Public and Private Division of Knowledge,” (Baltimore: John Hopkins University Press, 2005)
(4) Jürgen Habermas, “The Structural Transformation of the Public Sphere: An Inquiry into a Category of Bourgeois Society.” (Cambridge, MA: MIT Press, 1989).
(5) Pier Vittorio Aureli, Martino Tattara, “Production/Reproduction: Housing beyond the Family.” (Cambridge, MA: Harvard Design Magazine, Family Planning, No.41, F/W 2015).
(6) Robin Evans, “Figures, Doors and Passages,” in Translations from Drawing to Building and Other Essays (Londres: Architectural Association, 2003), 55-91.
(7) Michel de Certeau, “The Practice of Everyday Life.” (Berkeley: University of California Press, 1984).
(8) “Modern Architecture died in St. Louis, Missouri on July 15, 1972 at 3.32 p.m. (or thereabouts) when the infamous Pruitt-Igoe scheme, or rather several of its slab blocks, were given the final coup de grâce by dynamite”. Ver: Charles Jenks, “The Language of Post-Modern Architecture”. (Nueva York: Rizzoli, 1977).
(9) Según Roland Barthes, la idiorrítmia siempre ha denotado una manera particular de hacer fluir la vida de uno en oposición a una regulada e impuesta. Ver: Roland Barthes, “How to Live Together: Novelistic Simulations of Some Everyday Spaces.” (París: Seuil/Imec, 2002. Translation Edition, Nueva York: Columbia University Press, 2012).
(10) Niklas Maak, “The Dispersal of Architecture,” e-flux journal #66, octubre de 2015.
La investigación de Marcos Parga fue publicada originalmente en PLOT 58.