El pabellón de Baréin para la Exposición Universal de Milán fue diseñado bajo la temática Archaeologies of Green [Arqueologías del verde]. Anne Holtrop comenzó su proceso con un dibujo abstracto que era a la vez muy específico y abierto a múltiples interpretaciones, al igual que las manchas de tinta de los dibujos de Rorschach, utilizados en sus trabajos anteriores. El dibujo abstracto funcionaba como una restricción formal para las opciones planteadas, y así se conformó, literalmente, la idea base del edificio: la arquitectura sigue exactamente a ese dibujo.
Este enfoque se basó en gran medida en la intuición, en la posibilidad de ser ingenuo y mirar una vez más a las cosas alrededor. Pero, a diferencia de otras obras del arquitecto, como el Temporary Museum (Lake)[1], las formas son más geométricas, contienen círculos y líneas rectas. El dibujo abstracto subyacente al diseño todavía está allí, pero el lenguaje visual es más sobrio y depurado. Este nuevo lenguaje del trabajo de Holtrop se basa, en este caso, en la historia de Dilmun[2] de Baréin. Las formas y curvas de la arquitectura Dilmun, junto a las mitologías halladas en su arqueología, conformaron la morfología del pabellón. Haciendo referencia a la historia agraria de este país, el proyecto contiene diez jardines diferentes, moldados dentro de las curvas internas del edificio. Diversas especies de árboles con plátanos, limones, dátiles, papayas, aceitunas e higos, perfuman el aire.
“Las formas y curvas de la arquitectura Dilmun, junto a las mitologías halladas en su arqueología, conformaron la morfología del pabellón. Haciendo referencia a la historia agraria de este país, el proyecto contiene diez jardines diferentes, moldados dentro de las curvas internas del edificio. Diversas especies de árboles con plátanos, limones, dátiles, papayas, aceitunas e higos, perfuman el aire.”
Maaike Lauwaert
Al igual que el Museo Fort Vechten[3], este pabellón contiene piezas exclusivas de concreto, 350 para ser exactos. Aquí, el hormigón es blanco, con arena de mármol blanco, con agregados de mármol y cemento blanco. Las piezas encajan como un rompecabezas, y el edificio puede desarmarse y reconstruirse. Tanto el pabellón como el Museo Fort Vechten tienen como disparador una forma no racional, que debió convertirse en un edificio. En ambos casos, esto significa que ese proceso influyó en el resultado final. Sin comprometer el punto de partida, las soluciones que Holtrop propuso pueden ser consideradas ilógicas, pero él se mantiene fiel al diseño inicial y al concepto. Por ejemplo, las piezas de la cubierta no siempre se extienden de pared a pared, como lógicamente se esperaría. En cambio, se apoyan en otros elementos de la cubierta. Para materializarla de forma hermética, las costuras entre las piezas están revestidas con láminas gruesas de latón, agregándole así otra capa y reforzando el diseño a partir de los elementos constructivos.
El resultado es un pabellón serpenteante y casi fluido de concreto blanco, que invita a los visitantes a transitarlo de un espacio a otro, de adentro hacia afuera, del edificio al jardín. Sin jerarquía, programa o recorrido que sirvan de guía, existen apenas muros rectos y resistentes, y ningún orden específico.
Maaike Lauwaert[4]