Entrevista a Irene Pereyra por Lisa Naudin
Lisa Naudin: En el marco de PLOT 50 “Mundos Compartidos”, nos pareció interesante presentar el proyecto One Shared House. Me gustaría empezar preguntándote por tu formación y por el funcionamiento actual del estudio.
Irene Pereira: Fundamos Anton & Irene hace cinco años. Antes de eso trabajamos para una agencia grande de Nueva York, durante casi siete años, y la razón por la que quisimos fundar nuestra propia oficina fue para poder hacer proyectos como One Shared House 2030. No necesariamente One Shared House, sino proyectos autónomos que nos permitieran establecer los temas que queremos trabajar y decidir de qué manera se llevan a cabo. Para lograrlo, y como hace falta dinero, al fundar el estudio hace cinco años nos comprometimos a reinvertir parte de lo que ganábamos. Por lo tanto, nuestro objetivo de cada año es destinar alrededor del 60% del trabajo a los clientes y el resto al trabajo autónomo. One Shared House fue obviamente uno de esos proyectos.
LN: ¿Cómo surgió One Shared House? ¿Qué motivaciones guiaron el proyecto?
IP: Mi mamá y yo nos mudamos a una casa comunitaria en Ámsterdam por necesidad, no por elección. Yo nací en Perú, en la época de Sendero Luminoso, y tanto mi madre como mi padre eran personas de izquierda, y por eso solían meterlos presos. En ese momento, todos los que se podían ir, se iban… Mi madre, ciudadana holandesa, decidió volver a Holanda aunque hacía veinte años que no vivía ahí. Cuando llegamos, no tenía dinero ni trabajo. En Holanda existe un plan de vivienda social, es decir que si ganás por debajo de cierta cantidad, o si no tenés ningún tipo de ingreso, podés acceder a ciertos derechos sociales. Mi mamá analizó las opciones que tenía disponibles, y se dio cuenta de que solo podía vivir en un suburbio de Ámsterdam llamado Bijlmermeer y, por supuesto, lo detestaba. Estábamos en 1989, era un momento muy malo, peligroso para la ciudad, había mucho crack y heroína dando vueltas. Mi mamá no quería eso y, al mismo tiempo, no tenía dinero suficiente para vivir en el centro. Entonces empezó a buscar, a hablar con algunas personas, y encontró un aviso en el Diario Verde de Ámsterdam, un periódico de izquierda, que decía: “se busca mujer de 40 años con una hijo/a de cinco años”. Mi mamá dijo: “Tengo cuarenta años y una hija de cinco”, y como buena periodista de izquierda que es, quiso ir a ver el lugar. Desde el primer momento se sintió como en casa, todos eran antiguos miembros del Partido Comunista holandés, casi todas las mujeres eran madres solteras o parejas de lesbianas. Aunque mi madre no era comunista, quiso probar la experiencia. Fue la primera vez que vivió en comunidad, y todavía vive allí. Ahí me crié. Nada de esto hubiera ocurrido si mi madre hubiera llegado a la ciudad con ingresos o un trabajo, así que fue una cuestión de necesidad. Muchos piensan que fue una buena experiencia, ahora bien, cuando estábamos ahí… ¿había fricciones, problemas? Claro. Toda situación que involucre a personas compartiendo un espacio va a implicar fricciones… Hubo muchas etapas en la casa, algunas muy positivas y también momentos en los que nadie se hablaba con nadie. Al principio los niños éramos chicos, pero después nos convertimos en adolescentes y pasamos a ser una fuente de problemas para toda la casa. Lo positivo de la experiencia está en lo que analizás al recordarla.
LN: Para seguir con la cuestión de la vivienda comunitaria hoy: si bien no es una práctica extendida en América del Sur, sí lo es en América del Norte y Europa, y aunque no sea una novedad, las personas tratan de vivir cada vez más de esta forma ¿Fue esa la razón para desarrollar este proyecto?
IP: En realidad, no. La razón por la que quería contar la historia es porque desde que me fui de Holanda, a los diecisiete años, siempre tuve muchos interrogantes. La gente se pregunta: ¿era una comunidad hippie? Nadie lo entendió. Fue puramente egoísta, yo quería descubrir la historia, hablar con las personas a las que quería entender, y en el proceso de revisar la historia y hacer la investigación descubrí que, de hecho, la vivienda compartida atraviesa un renacimiento masivo que desconocía cuando comenzamos el proyecto. Mientras estábamos trabajando, se publicó un artículo en el New York Times sobre el tema. Estábamos en el medio de un momento particular en Nueva York, con la aparición de “We-live”, una gran unidad de construcción, que es un subtexto de “We-work”. Más tarde, en Londres, una vez que lanzamos el proyecto, se inauguró un programa llamado “The Collective”. Mientras investigábamos nos dimos cuenta de algo que ocurre en las grandes ciudades del mundo: en Londres, Ámsterdam, Nueva York o París, la generación “millennial” no puede permitirse el lujo de vivir en el lugar donde creció. Nuestra generación fue expulsada del lugar donde creció, además de que muchas personas de distintos lugares del mundo llegan a la ciudad, lo que hace más difícil encontrar viviendas accesibles. El objetivo inicial de la vivienda compartida debería haber sido resolver este problema, ¿no es cierto? Debería tratarse del hecho de poder vivir en el centro de la ciudad: nosotros vivíamos en el centro de Ámsterdam y compartíamos el baño, la sala de estar… aunque en una muy buena ubicación. Sin embargo, la tendencia actual de la vivienda compartida no se basa en eso, sino en obtener beneficios; es una industria que comprime individuos en pequeñas cajas por mucho dinero y no crea una verdadera comunidad. La mayoría de las personas se muda en un plazo de entre tres y seis meses, y no vuelve más. Entonces no diría que “We-live” y “The Collective” representan la vida comunitaria, sino que utilizan el término “vida comunitaria”, pero en realidad son como Airbnb o espacios de alquiler temporal donde poder vivir o trabajar.
LN: ¿Crees que existe algún tipo de vida comunitaria real además de este proyecto que mencionás?
IP: Existe hace muchísimo tiempo en el norte de Europa. Podríamos decir que no es común en Sudamérica o en el sur de Europa. Hay muchas investigaciones que explican por qué: el norte de Europa es muy frío, los inviernos son largos y hay una tendencia a permanecer más tiempo adentro de la casa, lo que también explica por qué los interiores y el mobiliario de esta zona están tan bien diseñados. En el sur de Europa esto no ocurre, las personas se reúnen en las plazas o van a bares, pasan un rato juntos, hay espacios públicos donde pueden pasar mucho tiempo al aire libre. La modalidad del co-living del norte de Europa se inició alrededor de la década del 60, y tiene sentido que haya sido allí porque las personas tenían que vivir adentro y juntas. La posibilidad de aislamiento es mayor en el norte de Europa que en el sur o que en Sudamérica. En América del Sur, hasta hace poco, las personas compartían una misma vivienda durante generaciones, abuelos, hermanos, primos y sus respectivos esposos y esposas. Sé que está dándose un cambio en este sentido, pero es un cambio reciente si se lo contrasta con las familias del norte de Europa. En este sentido, la vida comunitaria real, tal y como la concibo, conformada por personas que viven juntas, sin ningún parentesco, todavía funciona en muchas partes de Dinamarca o Suecia… Son proyectos muy atractivos y es una gran forma de vivir juntos. Las personas realmente quieren vivir en comunidad, sobre todo cuando tienen hijos. Por un lado tenemos estas comunidades reales, y por el otro las estructuras del tipo “We-Live”.
LN: ¿Cómo se produjo la colaboración con Space 10?
IP: Cuando apareció One Shared House recibió mucha cobertura de la prensa. De repente recibimos llamados de mucha gente diversa, personas que no tenían nada que ver con el diseño, estudiantes de arquitectura o particulares que estaban construyendo o planificando sus comunidades de vivienda compartida… En ese momento también nos contactó alguien de Space 10, pero yo no tenía idea de quienes eran ni qué hacían. Los busqué, miré su página web y me di cuenta de que estaban financiados por Ikea y eran en esencia un laboratorio de investigación de la empresa; me dije: “esto es interesante, ¿por qué les interesará nuestro trabajo?”. Volé a Copenhague, conocí a todo el equipo, ¡eran muy inteligentes! Estaban al principio de la investigación, muy comprometidos, así que les dije: “nos interesan las historias que implican responsabilidad social, y nos interesa investigar alternativas creativas de vivienda, porque sabemos que la población también es consciente de esto”. Empezamos juntos One Shared House; podíamos hacer lo que quisiéramos siempre y cuando estuviera situado en el futuro. Pero “¿de qué futuro hablan?”, le preguntamos, y nos respondieron: “no tiene importancia, puede ser cualquier futuro”. Nos pusimos a pensar en el tema y elegimos el año 2030. ¿Por qué? En ese momento faltaban trece años para 2030, y nos pareció un lapso suficiente para imaginar un cambio de vida real, más interesante que una distopía loca futurista. También consideramos el año 2050, tal vez trece años no serían suficientes para que una sociedad cambiara. Pero retrocedamos trece años: no teníamos teléfonos inteligentes, ni Google Earth, ni Spotify, Tinder, Airbnb, ni la mayoría de las cosas que tenemos hoy. En ese sentido, nuestra sociedad cambió por completo. Nadie había oído hablar de Obama hace trece años, nadie pensaba en Trump. No es raro imaginar que dentro de trece años toda la estructura de la sociedad y la forma de vida hayan cambiado completamente.
LN: El sitio web de One Shared House invita a todos sus visitantes a pensar “cómo viviremos en 2030” a partir de una encuesta en la que cada uno puede plantear sus gustos, estándares, comodidades (o incomodidades) y deseos sobre la idea de una vida en comunidad ¿Cómo se plantearon las categorías de la encuesta?
IP: Todos los puntos están basados en mi propia experiencia: son los temas que fueron problemáticos en nuestra casa, que yo conocía porque se habían discutido muchas veces a lo largo de los años. Quería indagar en los puntos que generan más desacuerdos. Podemos estimar en qué punto las personas entran en fricción. Siempre tuvimos en mente ser breves porque queríamos que la encuesta se completara en veinte minutos. Ese era nuestro objetivo. No sé si ustedes usan los cuestionarios de buzzfeed, pero son mi guilty pleasure. A la mañana, cuando me levanto, hago preguntas del estilo “¿Qué tipo de taco sos?” (risas). Quería lograr el mismo tipo de velocidad y adicción que buzzfeed…
LN: ¿Qué tan útiles pueden ser los resultados de la encuesta para un arquitecto o un estudio?
IP: En realidad, sabemos que los resultados ya se están usando, lo que no deja de ser un poco inquietante porque no se trata de un proyecto de investigación científica, sino de algo más bien lúdico. Algunos nos dicen: usamos sus datos para diseñar las instalaciones de nuestro proyecto de vivienda compartida, y yo les respondo: “espero que no sea la única información que consultaron”. Pero a pesar de esta condición lúdica, en un nivel básico, se puede obtener cierta información. Las personas responden a la encuesta, pero no podemos controlar si responden a algo en lo que creen. Antes de todo eso hicimos una lista de lo que pensamos que podía pasar, y más o menos se pareció a lo que terminó ocurriendo. Cuando se analizan los resultados a partir de la demografía y la región, queda claro qué quiere una persona joven, qué quiere una persona mayor, frente a una familia, o qué quiere alguien que vive en India en contraste con alguien que vive en Estados Unidos… se pueden establecer marcos de fondo.
LN: ¿Piensan que los grados de convivencia pueden cambiar con el tiempo? Ya vimos que los proyectos de co-living no son algo nuevo y ahora vivimos un revival por razones económicas y de espacio. ¿Se podría apostar a que ese nuevo modo de vivir en la ciudad evolucione y adopte formas híbridas? ¿Cuál podría ser el impacto en la forma de convivir de las personas?
IP: Creo que tendría que pasar algo más drástico, y que la próxima generación será probablemente la que más va a sentirlo. Mi hermana menor tiene veinte años, acaba de graduarse y no puede conseguir trabajo. Creo que la próxima generación corre más riesgo de no conseguir vivienda que la mía. Cuando se vuelva totalmente necesario, al punto de que lo sea para la mayoría, la vivienda compartida será una nueva realidad. En este momento, para muchas personas sigue siendo la elección de un estilo de vida, pero en algún momento puede que no lo sea. Como sociedad estamos acostumbrados a compartir, y para todo hay un comienzo. Ya compartimos bajo la modalidad Airbnb, es decir que vivimos en la casa de un extraño durante algunos días. Antes de que surgiera Airbnb las personas decían “nadie haría algo así”, o bien que era peligroso, que sería un desastre… y finalmente no lo es. Si realmente se piensa en el concepto de Airbnb, nadie lo hubiera admitido hace quince años. Nuestro gusto por compartir está expandiéndose cada vez más, lo que hace posible la imagen de la vivienda compartida.
LN: Inicialmente, uno podría imaginar que las personas compartirían vivienda por cuestiones de espacio. En ciudades tan densas como las que vivimos, compartir implica tener acceso a espacios de mayores dimensiones. Sin embargo, frente a los resultados parciales de la encuesta que ofrece el sitio, la razón principal para compartir vivienda es sociabilizar, vivir con otros. ¿Qué pensás sobre esto?
IP: También investigamos mucho ese tema. Se considera que la generación “millennial” es la más solitaria de todas las que se han estudiado. Se sabe que los motivos de esta soledad responden a la pérdida del contacto humano, porque sociabilizan virtualmente, y esto crea aislamiento, lo cual lleva a la depresión, que a su vez lleva a la soledad. También se sabe que la soledad es contagiosa. Por ejemplo, si yo soy solitaria, puedo afectar al otro con mi propia soledad, porque no tengo habilidades sociales. Perdí la capacidad de empatizar con un ser humano real en la vida real. Y si pensás en la cantidad de millennials que trabajan desde casa, que nunca interactúan con personas, que no tienen que llamar a nadie porque si necesitan algo lo piden por teléfono… No tienen contacto con seres humanos en la vida real, porque todo ocurre a través de la pantalla. Por lo tanto, se están volviendo deficientes en términos sociales, están perdiendo la habilidad de sociabilizar. Hay un estudio interesante que mide la conversación entre las personas. Las generaciones anteriores pasaban alrededor del 40% de una conversación hablando de sí mismos, y el 60% hablando de relacionarse. Los millennials pasan el 60% hablando de sí mismos y de sus intereses a la otra persona, que a su vez hace lo mismo, es decir que hay dos personas que hablan entre sí sin crear ninguna estructura social que produzca conexión y empatía. También estamos perdiendo nuestras habilidades sociales en conjunto. La soledad supone, además, un gran riesgo para nuestra salud mental. Las personas necesitan establecer conexiones reales. Tal vez lleguemos a un extremo en el que todo será virtual y entonces recuperaremos el deseo de volver a vivir juntos.
“La tendencia actual de la vivienda compartida se basa en obtener beneficios; es una industria que comprime individuos en pequeñas cajas por mucho dinero y no crea una verdadera comunidad.”
LN: ¿Cómo fue el proceso de diseño y definición de imagen del sitio de One Shared House?
IP: La primera parte de One Shared House se desarrolla principalmente en la década del 80, en Holanda: quería sentirme en esa época y en ese lugar. Holanda siempre tuvo una fuerte identidad gráfica, y quería que el proyecto reprodujera un tipo específico de diseño holandés. Mientras trabajábamos en el proyecto todo el mundo estaba mirando Stranger Things, basada en el lenguaje visual de Estados Unidos en los 80, que no se parece en nada a Holanda en los 80… Holanda representa un choque de colores extremos, de dos colores que no funcionan juntos y de algún modo sí, es plano, es un “universo” sin sombra, ni 3D, nada. Queríamos tener eso.
LN: ¿Cómo imaginás el mundo en 2030?
IP: Creo que en 2030 va a haber dos grandes tendencias. En primer lugar, todos los baby boomers[1] que viven en casas grandes ya no van a poder pagarlas y tal vez tengan habitaciones disponibles para una suerte de vida comunitaria. Va a beneficiar al propietario de la vivienda y a las personas que vivan en ella. Los baby boomers están en retirada, tienen el monopolio de las mejores propiedades mundiales, pero naturalmente en algún momento van a tener que mudarse a hogares de ancianos, y en la medida en que envejezcan demasiado como para vivir solos, esos espacios quedarán libres. Creo que va a ser un momento interesante, que aún no hemos vivido, y veremos qué sucede con esos espacios cuando estas personas ya no estén ahí.
En segundo lugar, hay dos situaciones posibles con respecto al crecimiento de la población. En este momento hay dos informes completamente contradictorios en el mundo. Uno es el de la ONU, que afirma que, según sus investigaciones, hacia el año 2030 habrá más de 1.200 millones de habitantes en el mundo, la mayoría de los cuales se concentrarán en las zonas en desarrollo –como en el sudeste asiático o la India–, y no tenemos viviendas para ese volumen de personas. Las viviendas ni siquiera existen. Si hacemos el cálculo, después de 2030 se debería construir una ciudad del tamaño de Nueva York cada seis meses. Esto significa, por ejemplo, que en China o en Tailandia tienen que volver a pensar cómo construir ciudades. Sin embargo el otro informe conflictivo sostiene que no habrá aumento de la población, sino que disminuirá porque las mujeres de Kenia y Nigeria, por ejemplo, ni siquiera están interesadas en tener un solo hijo, y se afirma que como las mujeres están recibiendo educación, la tasa de natalidad va a disminuir. Lo que llevaría a que el planeta tenga una tasa de natalidad negativa, y si eso ocurre, enfrentaremos un problema diferente: tendremos personas realmente mayores o extremadamente jóvenes. El resultado implicaría una sociedad de extremos, que crearía otro problema de vivienda. Tendríamos que resolverlo a través de una suerte de comunidad. Por lo tanto, sea cual sea el panorama y el camino que tomemos, la vivienda va a jugar un papel fundamental y la vivienda comunitaria será una de las respuestas potenciales ante estos problemas.
[1] Denominación que recibe la generación nacida entre 1946 y 1964, en el período contemporáneo y posterior a la Segunda Guerra Mundial.
“Las personas necesitan establecer conexiones reales. Tal vez lleguemos a un extremo en el que todo será virtual y entonces recuperaremos el deseo de volver a vivir juntos.”