Híbrido entre lo agrícola y lo doméstico, el invernadero es un escenario para la vida vegetal y humana. Dos cuerpos adyacentes actúan como dobles perfectamente asimétricos: mitad invernadero y mitad salón exterior. Su adyacencia favorece una cierta simbiosis entre dos funciones disímiles: un interior para las plantas y un exterior para las personas. La cercanía de la sala de estar al invernadero produce un microclima que condiciona la sala de estar abierta durante todo el año. La fruta va a la mesa; las manos limpian las hojas.
La arquitectura mira hacia la vernácula carretera de su entorno, a modo de catálogo de formas sobre estructuras temporales. El carácter tipológico emerge como veranda, toldo, antepatio; y propone estrategias de sombreado, ventilación, iluminación natural y modulación.
La estructura cuenta con ladrillos recochos, recuperados de los desechos de las ladrilleras locales. Las bases de los suelos, los muros y la chimenea constituyen elementos firmes y monolíticos, impermeables al paso del tiempo.
Un zócalo de ladrillo se eleva dos metros para consolidar una línea de referencia para los elementos funcionales.
El montaje de la estructura metálica, elemental y diáfana sugiere ligereza y adaptabilidad. Su pequeña escala permite desmontarse fácilmente y adoptar nuevos usos.