El proceso de La Borda se inició en 2012, en el marco de la recuperación comunitaria de Can Batlló, de la mano de un grupo de vecinos organizados para resolver la necesidad de acceso a la vivienda a partir de la implementación de una cooperativa de vivienda en cesión de uso. La cooperativa de arquitectos Lacol se involucró desde el inicio del proyecto, motivados por la posibilidad de construir una alternativa en un contexto de crisis habitacional en Barcelona. La intervención de Lacol permitió repensar la producción de la vivienda popular, e incluir la participación de los futuros usuarios.
La apuesta de La Borda por un modelo comunitario antagónico a las promociones estatales o privadas permitió superar algunas limitaciones que se imponen a los proyectos de arquitectura.
En primer lugar, el miedo al futuro usuario, un virtual desconocido, puede limitar la introducción de cambios que afecten la manera de vivir estandarizada. En segundo lugar, las lógicas del mercado vuelven mediocre a la vivienda para facilitar su asimilación a un objeto de consumo.
La innovación del proceso de promoción fue clave para trabajar la arquitectura más allá de su formalización. Se identificaron cinco características del modelo que tienen una respuesta directa en el proyecto: autopromoción, cesión de uso, vida comunitaria, sustentabilidad y asequibilidad.
La Borda busca promover formas de convivencia comunitarias que potencien las interacciones entre sus habitantes a través de espacios comunitarios; al mismo tiempo busca establecer vínculos de cooperación en el ámbito del trabajo doméstico y en los cuidados, visibilizando las esferas privadas de la vida cotidiana.
El edificio de La Borda contempla un 25% de superficie construida dedicada a los espacios comunes, a diferencia de los edificios multifamiliares convencionales, que suelen destinar solo el 10% y reducen los espacios de circulación para conectar la calle con la puerta de cada vivienda.
Los espacios comunitarios tienen una triple función. Por un lado, dotan al edificio de espacios de encuentro y potencian la relación entre los usuarios, generando ámbitos entre el espacio público exterior y la intimidad de las viviendas. También permiten economizar recursos al volver innecesaria la multiplicación de ciertas infraestructuras en veintiocho viviendas; en su lugar se centralizan y mejoran la sustentabilidad económica y ambiental.
El proyecto cuenta con una cocina de 80 m², que permite elaborar comidas comunitarias o funcionar como punto de encuentro, un espacio polivalente cubierto de 100 m², dos habitaciones para invitados, una lavandería y un área central de circulación, estacionamiento para bicicletas y terrazas exteriores.
La premisa permite redefinir el programa de la vivienda colectiva y adaptarlo al modelo de vida que imaginan los futuros usuarios. De este modo, se rompe el esquema del edificio como una suma de unidades individuales, para entenderlo como una sola casa compartida que desdibuja el límite entre el espacio privado y el comunitario.