Mientras escribimos este texto la Casa Jardín todavía está en obra. Si todo sale como esperamos podrá ocuparse dentro de dos semanas. Seguramente quedarán tareas a realizar y detalles a corregir antes de poder decir “hemos terminado nuestro trabajo”. Luego nos llamarán para decirnos que tal o cual cosa no funciona correctamente. También esperamos que nos cuenten que se han bañado en la piscina y que disfrutaron del agua fría al lado del estar; que en invierno les gusta mucho darse un baño caliente en la bañera enterrada al lado del patio central; que las plantas crecieron “un montón” y que se ve la jungla del invernadero desde los agujeros en el techo de la cocina.
Hemos aprendido que la arquitectura no se termina. Solo se puede avanzar sobre territorios. La Casa Jardín es el primer proyecto en el que intentamos integrar esta condición ineludible de la arquitectura.
La concebimos como una arquitectura fértil, muy cercana a las ruinas, las folies y la arquitectura tropical. Porosa, de límites débiles y cambiantes. Hecha de concreto o de madera o de hierro, pero siempre mezclada con tierra y agua.
El proyecto se apoya en la estructura de una vieja casa en ruinas. Intentamos desarrollar un proyecto en el que sea difícil distinguir los límites entre la antigua casa y la construcción nueva; donde la transición entre la fachada roja de estilo indefinible que da a la calle y la estructura de hormigón que da al jardín trasero sea suave.
La casa está definida por dos alas que contienen una serie de recintos en enfilada que se van achicando. Entre las dos alas surge un espacio que se va ensanchando y que comienza siendo un pasillo, luego un patio hexagonal, luego la sala de estar principal.
Por encima se encuentra el jardín de invierno, que está conectado al salón principal por una serie de agujeros en el solado. Las conexiones entre todos los recintos son múltiples y forman largas perspectivas que comienzan y terminan siempre en los jardines.
Giusto Van Campenhout