A 200 km de la ciudad de Buenos Aires en un entorno rural próximo a la ciudad de Pila, surge el encargo para la reforma de una pequeña vivienda. El campo llamado “El Basson” dedicado a actividades agrícolas y ganaderas, y por sobre todo vinculado a un espacio de esparcimiento para la familia que residía en la ciudad, define sus límites con el Río Salado , la Ruta 41 y otros campos vecinos.
La vivienda debía ser transformada para responder al crecimiento de la familia y a sus nuevas dinámicas de uso: reuniones familiares y laborales, vacaciones, etc. Así mismo, era pertinente operar sobre todos los elementos que formaban parte del campo: aljibe, molino, tanque australiano, laguna, fogonero, forestación, en un plan de reforma y acondicionamiento general. Todos los espacios habían sido pensados, construidos y habitados por familiares que ya no están.
Entendiendo que todos los elementos presentes tenían una gran carga simbólica y formaban parte de la memoria colectiva de la familia, la estrategia fue conectarse con el sitio preservando lo existente y utilizándolo como manual de soluciones para generar la nueva arquitectura, inspirado en la memoria y los momentos vividos en dicho lugar.
La horizontalidad del paisaje fue un factor determinante para establecer las proporciones de la vivienda, su galería y el diseño de las aberturas: hacia dónde mirar, cómo conectar el interior con el exterior.
Dos muros longitudinales portantes son los principales soportes de la casa, con vigas de madera transversales a los mismos, conformando cubiertas y entrepisos.
En algunos sectores, los muros se desnudaron, dejando a la vista el ladrillo que los compone. Además, la utilización de la bovedilla con vigas de madera existente, conserva el ritmo de los espacios de la vivienda original.
Las cerámicas rojas, presente en el solado original de la vivienda, componían el suelo que toda la familia recordaba pisar en los momentos compartidos con sus antepasados.
Dada la importancia del material para los clientes, se utilizó como conector de todas las intervenciones, dando lugar a los “puntos rojos” que están desparramados por el campo, caracterizados por su solado y basamento. El aljibe, la pileta, el tanque australiano, el molino y la propia casa utilizan este material.
La presencia del cielo cobró gran protagonismo en el diseño. La ausencia de luz artificial por las noches en el campo, contrastada con las luces del cielo, dio lugar al nacimiento del mirador de estrellas, una operación de crecimiento vertical de la vivienda que resolvió, además, un nuevo espacio para dormir, y aportó al sistema de circulación vertical de la vivienda un particular ingreso de la luz diurna.
La búsqueda de visuales del atardecer en el sector del estar-comedor y la de cobijo para dormir siestas al aire libre, pusieron en valor la galería preexistente orientada al norte.
Se realizaron, además, algunas otras intervenciones mínimas: la inclusión de un pequeño muelle sobre la laguna y la puesta en valor de un árbol con una condición morfológica muy particular, que ya había sido apropiado por la familia para hacer algunos asados a sus pies, con la creación del fogonero, una intervención paisajística radial que fomentó el encuentro mediante la inclusión del solado y mobiliario apropiados.